Siempre que vuelvo a Chile, regreso a una esmirriada colina poblada de vientos donde sólo crece el Don Diego de la Noche y que en Cartagena, frente al mar, porque descansa junto a una casa nada ostentosa, uno de mis poetas preferidos y que parafraseando a Borges, amo hasta el plagio.
Comienzo mi charla con su ausencia, contiguo a la lápida de granito donde se lee:
Aquí yace el poeta Vicente Huidobro 1893-1948
Después, antes de sentarme sobre esa tierra yerma, miro inexorablemente, la estela que de pie anuncia un deseo del poeta:
Abrid la tumba
Al fondo de esta tumba se ve el mar
Y como un rito me repito, sin ningún orden, frases de sus poemas:
Paz en el mar a las olas de buena voluntad
Y si yo soy el traductor de las olas
Paz también sobre mí.
Este es aquel que durmió muchas veces
Allí donde hay que estar alerta
Donde las rocas prohiben la palabra
Allí donde se confunde la muerte con el canto del mar vengo a saber que fui a buscar las llaves
He aquí las llaves
En esta colina escuché no en pocas ocasiones, las voces de los amigos del poeta que año tras año, durante muchos veranos, eran citados a compartir su hospitalaria amistad, como me lo comentó en mi departamento guatemalteco de la avenida de la Reforma, borgoña con fresas de por medio, Enrique Gómez-Correa: Huidobro llegaba de Francia, por ahí por octubre, huyéndole al frío, e invitaba inmediatamente a Braulio Arenas, a Eduardo Anguita y a él, hasta más o menos, marzo o abril. Nadie por supuesto trabajaba en esos tiempos idílicos, donde las dos "A" (Arenas y Anguita) compartían una pieza:
Braulio amaba el aire fresco y Eduardo, todo lo contrario, por lo que, una vez dormido el primero, el segundo se levantaba y cerraba la ventana; así de hora en hora, se pasaban la noche, abriendo y cerrando la ventana de esa casa, donde la poesía era y es , dueña y señora del tiempo.
Abajo a la distancia, junto al mar, en Isla Negra, temeroso de las ocurrencias de los poetas de la colina cartagenera, Pablo Neruda intentaba vanamente ningunear a Huidobro.
Pequeñas grandes miserias de los hombres que no pueden empañar la poesía.
De todas maneras, lector, si vas a Chile, no dejes de subir a esa colina y rendir tu tributo a Vicente Huidobro.
En los años que viví en Chile subí a esa colina, no menos de 30 veces, quizá para repetir, como ahora y siempre, como una oración, su
Balada de lo que no vuelve
Venía hacia mí por la sonrisa
Por el camino de su gracia
Y cambiaba las horas del día
El cielo de la noche se convertía en el cielo del amanecer
El mar era un árbol frondoso lleno de pájaros
Las flores daban campanadas de alegría
Y mi corazón se ponía a perfumar de alegría.
Van andando los días a lo largo del año
¿En dónde estás?
Me crece la mirada
Se me alargan las manos
En vano la soledad abre sus puertas
Y el silencio se llena de tus pasos de antaño
Me crece el corazón
Se me alargan los ojos
Y quisiera pedir otros ojos
Para ponerlos allí donde terminan los míos
¿En dónde estás ahora?
¿Qué sitio del mundo se está haciendo tibio con tu presencia?
Me crece el corazón como una esponja
O como esos corales que van a formar islas
Es inútil mirar los astros
O interrogar las piedras encanecidas
Es inútil mirar ese árbol que te dijo adiós el último
Y te saludará el primero a tu regreso
Eres sustancia de lejanía
Y no hay remedio
Andan los días en tu busca
A qué seguir por todas partes la huella de sus pasos
El tiempo canta dulcemente
Mientras la herida cierra los párpados para dormirse
Me crece el corazón
Hasta romper sus horizontes
Hasta saltar por encima de los árboles
Y estrellarse en el cielo
La noche sabe qué corazón tiene más amargura
Sigo las flores y me pierdo en el tiempo
De soledad en soledad
Sigo las olas y me pierdo en la noche
De soledad en soledad
Tú has escondido la luz en alguna parte
¿En dónde? ¿En dónde?
Andan los días en tu busca
Los días llagados coronados de espinas
Se caen se levantan
Y van goteando sangre
Te buscan los caminos de la tierra
De soledad en soledad
Me crece terriblemente el corazón
Nada vuelve
Todo es otra cosa
Nada vuelve nada vuelve
Se van las flores y las hierbas
El perfume apenas llega como una campanada de otra provincia
Vienen otras miradas y otras voces
Viene otra agua en el río
Vienen otras hojas de repente en el bosque
Todo es otra cosa
Nada vuelve
Se fueron los caminos
Se fueron los minutos y las horas
Se alejó el río para siempre
Como los cometas que tanto admiramos
Desbordará mi corazón sobre la tierra
Y el universo será mi corazón |