Desde fines de 1950 nos reuníamos prácticamente todas las tardes después del almuerzo en el Palacio do Café, que por entonces (1955) era nuestra sede. Juan Carlos Paz, el más importante músico argentino, era el primero en llegar, de igual manera que de los últimos en sentarse alrededor de nuestra mesa, era Raúl Gustavo Aguirre, que vivía con su madre en un departamento de ese edificio que estaba en la calle Corrientes 745, en mi Buenos Aires querido.
Los habitúes éramos: Jorge Enrique Móbili, Nicolás Espiro, Edgar Bailey, Omar Rubén Aracama, Wolf Roitman, Simón Kargierman, Mario Trejo, Ramiro de Casasbellas, Clara y Manrique Fernández Moreno, Rodolfo Alonso, y este memorioso ahora on line, todos poetas; a los que sumaban a veces, los músicos Mauricio Kagel, Carlos Rauch y Francisco Kröpfl y los artistas plásticos, Lidy Prati y Jorge Souza.
Un sábado, Aguirre, el poeta fundador de la revista Poesía Buenos Aires junto a Jorge Enrique Móbili- nos adelantó que llegaría a visitarnos una muchacha que acaba de publicar su primer libro: La tierra más lejana. Esa tarde conocimos a una tímida Flora Alejandra Pizarnik con la que al atardecer, después de tomar los mas horrosos cafés del mundo, nos fuimos al cine, junto con Alonso y su novia (La muchacha de las islas canarias), Manro, Clara y Ramiro.
Las jornadas en el Palacio do Café trascendieron como esas cosas que nunca
se olvidan en la poesía argentina del mitad del siglo XX, a pesar de que con los años como tantas cosas, en lugar de desaparecer bajo la picota de una supuesta modernidad, se convirtió en un horroso, grasiento y maloliente Palacio de la Pizza,
al que a durante mis visitas a Buenos Aires, suelo entrar para sentarme en una de sus mesas y escuchar las risas de los que fueron y ahora no son.
Pero, ¿cómo no recordar esa tarde, si precisamente esa tarde, acaso lluviosa,
Aguirre me regaló un poema, copiado prolijamente mecanografiada por él,
en una máquina posiblemente Remington, de la Biblioteca de la Caja de Ahorro,
donde Raúl Gustavo trabajó añares? El poema en cuestión -que me acompaña desde entonces (¡que son sólo 50 años!)- se llama:
La soledad o es ella
Ella abre sus brazos al horizonte
pero el mar es tan grande
que sólo una gaviota la atraviesa
ella abre sus brazos al mundo
abre sus brazos pero es tan grande el dolor
que sólo se acercan los niños
ella abre los brazos a la oscuridad
abre los brazos pero no viene nadie
y entonces el hombre que la habita fuma
y la hace toser |