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Panorama de Teotihuacan

Teotihuacan: en tus nubosos
lugares sin sombra
el pie vamos poniendo
sobre cada figura
de otros pies transfigurados.
Borrosos de luz
seca y quemante
ruedan los rodillos que portaron
pesados colores
apretados átomos de sol ilevantable.
Crujientes bajo metálicas
luces lunares
las palancas del sudor
se desplazan
entre hierbas disueltas
y trébol que renace.
Rojísimas hormigas combaten
por los dulzores amarillos de la piel
de los mangos desechados:
¿cuántos guerreros entre sí se decapitan?
¿cuántos esclavos son descuartizados
en la inmóvil Calzada de los Muertos?
Abre sus dientes al aire
la víbora sagrada
y las plumas de materias polvorientas
se apegan al muro transitado.
Comemos las espumas del pan
las harinas burbujeantes:
aquí no están los dioses
sólo sus ojos incrustados
sus ademanes de lluvia
su gesto de maíz
sus cuerpos escurridos
hacia un cielo verdemente naufragado
entre montañas.
Teotihuacan: vamos cumpliendo
nuestro pie sobre cada figura
de tus pies prefigurados.
Somos camal espacio
en tu medida transparente
en cada altura
y quietud de tu distancia.
Somos ropa no tejida
en tus telares
calor gastado
en tu escala incontable
respiraciones ajenas a tus cánticos
viajantes de un rumbo
sin tu camino astral.
Teotihuacan:
recién ahora nombro
el color tal vez
definitivo de tu piedra
recién ahora puedo nombrar ¬
—con palabra verbo plática soplo
de hombre en ti extranjero—
la escondida piedra
silenciosa de tu sangre.


De: El poeta y yo


SAÚL IBARGOYEN




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