POETA + POETA
PALABRA Y ENTROPÍA.
Poeta + poeta de Saúl Ibargoyen.
Toda poesía es subversión de la palabra, versión soterrada, desterrada, ambigua. La poesía denuncia que al clasificar el mundo estamos degradando la palabra, gastándola, prostituyéndola. Solo el poema logra rescatarla en el acto de nombrar. Misión fundacional del poeta, expresada por Heiddeger en su libro El arte de la poesía.
El poema es un campo magnético donde la palabra se disfraza o se desnuda para decir otra cosa; puede desvanecer su aparente solidez cotidiana para teñirse de reflejo y sugerencia, o bien puede estallar como un átomo inestable y expandir su poder, ensanchando las fronteras del lenguaje.
Si la palabra se desnuda mirando hacia su centro, desprendida de toda distracción, tocamos el terreno de la poesía pura, esencialista y reveladora, cuyo límite es alcanzar la transparencia del significado en un climax que provoca la iluminación del instante, pero que, en su deslumbramiento, corre el riesgo de anular el sentido.
Si, por el contrario, la palabra se lastra de connotaciones y se satura de sí misma y contra sí misma, descentrándose, estamos en el terreno de la poesía impura, cráter de gestación original de donde emerge lo nunca visto, proceso cuyo peligro son las erupciones y los estallidos capaces de fulminar la comunicación.
Es evidente que Saúl Ibargoyen, este Poeta + poeta es adicto a bucear en los caldos primigenios de la poesía impura; mas no pensemos que su inmersión es violenta o irreflexiva, por el contrario, su tentativa es capturar el proceso de la incesante combinatoria sin que se escape un sólo paso, como si para sorprender el truco del prestidigitador pusiéramos una cámara en cada ángulo de la escena y pudiésemos ver el desarrollo de la acción en secuencia lenta para deconstruir y reconstruir la maravilla ilusionista de la existencia. Aquí el poeta concentra su capacidad implacable de observación en un esfuerzo supremo por desprenderse de la costumbre incauta del mirar sin ver.
La tinta, el papel, la mano que dibuja o escribe son clave de la inminencia, el trazo resultante anulará la infinidad de universos que eran posibles y se vuelven imposibles por la mediación de un instante que decide afirmar una opción y abolir otras potencialidades; así, afirma el poeta, una lágrima que brota arrasa ciudades de perfectas bacterias.
En el universo del asombro, una niña que duerme desata una cadena de interrogantes, acaso está contenida la futura muchacha en esa niña y la vieja en la muchacha, del mismo modo en que la herencia está codificada en la doble helicoide del DNA. El poeta nos dice que se trataba entonces de soñar/ de apartarse de los dedos avanzando/ hacia el vientre de la muchacha/ que aún no llegaba a las ásperas/ cavidades de aquel sueño. El futuro inexistente puede entonces anclarse en la certidumbre del pasado, nutrirse de él, porque, agrega, todo rostro debe morir/ al entrar en una ventana/ que los trenes de la tarde/ vuelven polvorienta. Y la niña miró el después/ de aquellos vidrios/ de frías impurezas.
Este proceso de observar lo exterior y la acción que lo transforma, observarse a uno mismo como algo ajeno y por fin observarse mientras uno se observa y observa el mundo, es la propuesta que nos hace Saúl Ibargoyen en estos libros que se fusionan a partir de Poeta doméstico y El poeta y la niña.
Esta cadena interminable de la observación, le permite al poeta dashabitarse a sí mismo, soñarse y declararse como registro fidedigno del suceso, siempre con la extrañeza de un extranjero en todas partes. Esa capacidad de observación serena se la otorga al poeta la certeza de su muerte inalienable. El observador radical que el poeta propone no es el pensamiento, sino el cuerpo con su fisiología infalible, único testigo del tiempo y su desgaste.
Fue Poeta doméstico mi primer acercamiento a la poesía de Saúl Ibargoyen, gracias a esa memorable colección de La hoja murmurante, misma en que publiqué Sonetos y claustros. El murmullo poético, gracias a Héctor Sumano, coordinador de la colección, impuso su sonoridad a través de cientos de plaquettes que reunieron a poetas maduros con poetas que iniciaban su trayectoria. Yo no conocía a Saúl, fue hasta la aparición de su libro Cuento a cuento que lo conocí hace dos años, lo precedió su fama de formador de poetas. De su entrega, generosidad y espíritu siempre joven tengo ahora pruebas abundantes.
Su Poeta doméstico, tan denso y breve me impactó; las burbujas del hervor en la cocina, las salsas sanguinolentas, la precipitación caudalosa de la orina fermentada que cae bajo la gloria de su espuma, en fin este proceso transido de sangre, barnizado de secreciones, flujos de belleza impura que preservan el continuo proceso de adaptación que define a los seres vivos.
Es inevitable el cambio, tiene razón Saúl, nadie se baña dos veces en la propia salsa original, pero también existe la memoria que se rebela contra toda pérdida, y busca, aun a riesgo de caer en el absurdo, las huellas del amor en las camas y en los cuerpos; el testimonio fresco de la juventud en la declinación, en fin, la felicidad de la presencia amada en la ausencia presente. Sólo el poema puede hacer vivir esa ilusión y hacerla más intensa y más real que cualquier circunstancia.
Sabemos que es necesaria una tensión, una diferencia de potencial para que la energía se mueva, es la diferente densidad la que provoca el dinamismo de los fluidos. La filtración de sustancias a través de las membranas tiende a igualar el grado de salinidad entre interior y exterior; sin ese dinamismo los organismos y los planetas mueren. Quizá por esto el concepto de frontera sea tan importante en la literatura de Saúl Ibargoyen; la frontera filtra, separa y une, es el lugar dinámico por excelencia donde se mezcla lo diverso y el cambio se acelera. Allí la confusión exige una lectura ágil, visionaria y flexible que dé sentido al devenir. Allí, con la moneda en el aire, el escritor tiene retos suficientes para jugarse el todo por todo o el todo por la nada, que es lo mismo.
Y hablando de entropía y escritura, sabemos que no toda la energía se convierte en trabajo, según postula la segunda ley de la termodinámica; esto quiere decir que no hay un organismo ni una máquina cien por ciento eficiente; siempre hay un desperdicio, un ruido, una energía flotante, hay radicales libres que aumentan la entropía de los sistemas. La entropía es el grado de desorden en las estructuras, el ruido en la información, es en pocas palabras la presencia de la muerte en la vida.
La poesía de Ibargoyen lo sabe, nos muestra este proceso de fusión, de cambio, contaminación y desgaste; nos lleva de la mano a ser testigos de la promiscuidad inconsciente de la materia y la energía. Con la objetividad de su observación rigurosa nos enseña la mescolanza de las cosas, el desajuste lento de los huesos y el cansancio del amor; la renovada lucha de todo lo existente por alcanzar un nuevo equilibrio provisorio y seguir respirando.
Su poesía nos conmueve con recursos opuestos al sentimentalismo, el poeta no se deja arrastrar por las declaraciones de pena amor y odio; es el lenguaje el que trabaja, suda, llora, se ensucia, retratando en su río caudaloso nuestra bella miseria de mortales que aspira a eternidad en el poema.
(ILIANA GODOY)
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