LOS CUATES DE CANDELITA
LOS CUATES DE CANDELITA Saúl Ibargoyen, Textofilia/Conaculta. México, 2013
El 2 de septiembre de 1976, al inicio de nuestro exilio en México,
se presentó por el Teatro El Galpón la obra para niños "Los cuates
de candelita". El texto es mío, las letras de canciones de Humboldt
Ribeiro (ya fallecido) y la música de Rodolfo da Costa.
Esta pieza se dio en todo México y en otros países. El domingo
pasado, el grupo Juglares Ruelas puso la obra en la Feria Universitaria
del Libro, Pachuca, coincidiendo con el aniversario 65 de El Galpón.
Tengo el gusto de unirme a dicha celebración y de trasmitir con estas
fotos la alegría y la emoción vividas este 31 de agosto.
Saúl Ibargoyen.
LOS CUATES DE CANDELITA
ROSA ELENA VELASCO
Quiero decir clara y fuertemente que es para mí un honor presentar esta rodaja de poesía teatral y juguetona que Saúl nos regala con CANDELITA. Y es un honor, en primer lugar por tratarse de él, Saúl, el poeta de "Entre dos tierras", "El escriba de pie", "Grito de perro", o la novelas "La sangre interminable", "Toda la tierra" (2002) y "La última copa" (2006) y arriba de 80 publicaciones más, pero también por tratarse precisamente de su única obra de teatro, que además es para niños y que posee la calidad, la sutileza y la profundidad de toda su extensísima obra.
LOS CUATES DE CANDELITA
Sin embargo tengo que confesar que, lejos del honor "per se" que todo esto conlleva, leer "Los cuates de Candelita" estimuló un placer travieso de mis más antiguas entrañas. Esas entrañas retozonas, saltarinas, revoltosas, risueñas y alocadas que todos dejamos que se empolven pero que, inevitablemente -y esto es un guiño de ojo para todos los presentes-, con este texto, se desperezan.
Y que mejor escenario para desperezar entrañas que un circo. Y como personajes los payasos.
LOS CUATES DE CANDELITA
Leo "Los cuates de Candelita" y la nariz se me sonroja ante tanta payasada. Y digo, payasada, no como esa esfera de simplezas que se dicen o actúan para hacer reír, sino como esa simpleza de esferas que se dicen para carcajear.
¿Cuándo fue que alguien se atrevió a calificar de payasada a un comportamiento ridículo o torpe? O será que ridículo y torpe son sinónimos de extravagante y desgarbado y supone, lejos del desapruebo, ser chistoso, ocurrente, singular, quizá atrevido; y ser extraño, original, fantástico, loco e incluso genial es ser un poco payaso.
¿Quién, a estas alturas de un mundo entorpecido por las contaminaciones mediáticas, racionales, orgánicas y materiales, no quisiera vivir rodeado de payasadas? Payasadas como flores, como niños, como luces. Candelitas que iluminen los escenarios de nuestras vidas comunes. Payasadas, sí señor.
LOS CUATES DE CANDELITA
Dice Saúl, en su poema "Tiempo de reír" que "hace tiempo sabíamos reír en una edad sin sombras"; escribe: "sabíamos reír y cada hoja o cada mariposa era una sonrisa por el aire suelta. Sucede ahora que a veces, detenidos por algún accidente, por algún silencio, notamos que nos recorre la boca un movimiento y que la luz se acerca desviando cada gesto. Pero no podemos reír, estamos atareados, confundidos, moribundos, aplastados, enfermos. El tiempo de reír fue en otro tiempo".
Aquí, el tiempo de reír regresó. El inequívoco talento de Saúl se calzó sus zapatotes rojos y se colocó la nariz que, como dice Serrucho, es como el alma del payaso.
Escucharon bien, dije Serrucho, porque así se llama uno de los "Cuates de Candelita". Los otros son Berrinche y Churrinche, qué mejores nombres para chirriar y rechinar de risa.
Pero me pregunto ¿los niños de hoy en día conocen el circo? ¿Cuántos payasos han visto en su vida? (esperar que los niños respondan)
Claro que lo conocen y lo podrían definir ¿podrían?
LOS CUATES DE CANDELITA
¿Qué es un circo?
Se supondría que un lugar colmado de magia y espectáculo, donde niños y adultos ríen y aplauden. Un territorio de tela y alambre donde se tejen malabares, trapecios, animales -más burros que bestias-, magos, y orquesta; es un paréntesis en las sociedades donde caben las payasadas, y donde, como en el teatro, el público respira la historia. Saúl redobla esta cercanía, reuniendo teatro y circo en el mismo imaginario.
¿Y qué es un payaso?
Es un individuo que pinta su rostro de carcajada y maltrata su envoltura para robarse la risa de los otros. Es un niño disfrazado de adulto que se niega a dejar de jugar, saltar, golpear o exagerar.
Pero en nuestros mundos melodramáticos la faceta que más se explota del payaso es su posible tristeza interior; el supuesto dolor que esconde tras su cara pintarrajeada y el contraste de sus ojos sombríos junto a boca de risotada. La desgracia pintada de carcajada.
LOS CUATES DE CANDELITA
Saúl recupera al personaje pero se aleja, como suele hacerlo toda su obra, de cualquier sesgo al lugar común. Recupera la esencia del payaso como aquel ser que no dejó "nunca de los nuncas" que sus entrañas se volvieran antiguas.
En "Los cuates de Candelita" no hay disfraces. Porque los payasos son payasos por voluntad, porque se recupera la naturaleza del ser, no su melodrama social; porque dice Churrinche: "A mí, lo que más me gusta, pero gustarme con gusto, es hacer de payaso". Porque aquí los payasos no sufren -en pro de la emoción ajena-, por el contrario, disfrutan, como sólo se disfrutan las payasadas.
¿Y saben que más hace Saúl? Juega. Juega como lo hacen los payasos en sus propios actos. Juega con la pintura de las bocotas, con la suela de los zapatotes, con la luz de sus espectadores.
LOS CUATES DE CANDELITA
¡Mi número es algo grandioso, maravilloso, asombroso! - dice Berrinche, probablemente exagerando; pero en su exceso no hay mentira ni falsedad, sino ilusión y anhelo, pasión y placer. Exagerar en los payasos, como en los niños, es vivir en doble escala, intensificar la emoción, encender las luces, anunciar los sueños y abrir más los poros para que entren las sensaciones con todo y calcetines.
Pero la exageración va más allá -por más que se denigre como las payasadas- porque se aproxima a una filosofía de vida. Una filosofía que permite llorar, reír, amar u odiar con la fuerza de un terremoto "destruyelotodo" y luego, deja que el llanto, la risa, el amor u el odio se vayan para siempre en menos de dos minutos. Una filosofía que ayuda creer en la posibilidad de que, siempre, cualquier cosa puede llegar a ser más de lo que es, como un león tragalotodo, un el elefante pisalotodo o el espectáculo más asombroso. Y una filosofía que, luz mediante, revela la compleja sustancia del ser humano en palabras comunes: ¿Por qué no hay luz en este rincón?; ¿No hay nadie aquí? ¿Nadie? ¿Don Nadie?; hambre de no comer, nomás; el país del buen comer donde nos llenamos la barriga de aire; No me hagas reír, que me tiembla la escalera.
LOS CUATES DE CANDELITA
Sí, los payasos de esta historia exageran todo porque le resulta catártico, porque la amplificación transparenta hasta casi desaparecer y porque en medio de la transparencia nos reflejamos los otros. Pero también bailan, cantan, patean, golpean, saltan, dan marometas, se escapan, se confunden y existen. Son payasos vivos, reales, "grandiosos, maravillosos, asombrosos". Y la simpleza de su grandeza, maravilla y asombro se contagia.
Entonces aparece algo imprescindible. Imprescindible en el circo y debería de serlo en toda obra para niños. El humor. Y aquí no sólo reconozco a mis antiguas entrañas jugueteando de placer, sino que pude descubrir a las antiguas entrañas de Saúl regocijándose entre dientes.
Porque para podernos divertir, Serrucho, Berrinche y Churrinche se divierten como payasos. ¿Y qué hacen los payasos, además de exagerar? Dan bofetadas, saltos y piruetas, se engañan, se esconden y lloran falsamente; sienten miedo, son valientes -no cualquiera doma un baúl- triunfan cuando son tontos, fracasan cuando abusan, comparten y finalmente no sufren.
Es una sátira en pantalones, la burla de la condición humana, en otras palabras, reírse del el dolor de los otros, porque se sabe que: uno, es exagerado, dos, no está doliendo tanto como parece, tres, siempre pasa. Sí, los payasos nos recuerdan, y nótese niños que esto está en letras grandes y rojas, que el dolor, el sufrimiento, la tristeza e incluso el hambre, siempre se van.
Y cómo no reírse con los juegos vocales del capataz: Fuerrrra, fuerrrra, sinverrrrgüenza, fuerra!, las palabrerías de Churrinche: los catiletes dan vericuetes, los tintaberines dan calcetines, y hasta las hipotenusas dan cateletes; comer nada pero ponerle ensalada, el Berriche que llora y el Churrinche que rechina, el burro burro, el papagayo del dueño, el atchis de un estornudo, el tragaloto, el pisalotodo, el baúl de dos piernas bailando tango, los payasos aprendiendo a ser payasos.
LOS CUATES DE CANDELITA
Pero Ibargoyen, -aquí entre los cuates de Candelita, Saúl-, es sinónimo de sensatez e ironía y no podía dejarnos con un texto sin contexto, sin sustancialidad social: el hambre, el desempleo, el abuso del poder, la ignorancia. Todo en el tono satírico de la payasada y con pinceladas de solidaridad que hacen "al modo de los grandes cómicos del mundo" temblar a las entrañas. No sólo a las antiguas sino incluso a las fabricadas. Y vemos a Serrucho arrojarse al abismo para salvar a Churrinche, a Churrinche consolar a Berrinche de tanto llanto "buabua" y a Churrinche compartir el pan que le regaló su abuelita cuando se fue de casa, hace un año, nomás.
Y nos preguntamos: ¿Qué significa trabajar de Marioneta?, ¿o ser un títere de los demás?; ¿qué es no haber nadie?, o ¿quién es Don Nadie? y ¿dónde está?; ¿Por qué baja porque no subes y subes porque no bajas? El único riesgo que corre el poeta ante tanta cuenca es que el adulto se pierda pensando mientras su niño ríe.
Y el Saúl de "La tijera de sal", "La sangre interminable" y "Patria Perdida" -cuento, novela y poema, respectivamente- no pudo descuidar otros temas que acompañan a la humanidad y que él maneja prodigiosamente: la nostalgia, el amor, la compasión, la traición, la vejez y la esperanza. Si los payasos son, por encima, un reproche social a la injusticia, son también, en el fondo, una pregunta existencial sobre la vida.
LOS CUATES DE CANDELITA
Y sobre todo esto, sello inefable del poeta uruguayo, lo que más atrapa en Los cuates de Candelita es su majestuosa capacidad literaria. Eso que, en frases sencillas significa, jugar con las palabras, con las metáforas, con la imaginación y con la fantasía. Y separo imaginación de fantasía porque, a veces, Saúl nos traslada a los escenarios que imaginan sus personajes describiendo a una dama volando en un caballo o un par de trotamundos viajando en burro y comiendo tacos o el propio circo y el encuentro de los payasos. Pero otras, las más, y más hermosas, nos conduce al mundo de lo imposible, donde los colores provocan un estornudo, donde la autoridad se diluye entre "erres", donde el abismo se esconde en un baúl, donde la barriga no tiene memoria, donde los pulpitos, los elefantitos chorreando grasa y las paletas piden a gritos: devórame, devórame; donde se aprende a ser payaso en una lección, donde las lágrimas caen a golpes, donde la luz es quien convence al viejo que hay que seguir viviendo.
Es hermoso que las palabras escurran como agua por nuestros cuerpos pero es portentoso que se introduzcan en nosotros y nos palpiten dentro. Y esos pálpitos, entre risa y risa, provocan el despertar de las entrañas antiguas. Saúl, en "Candelita" crea imágenes asombrosas que caminan delante de los ojos, pero al mismo tiempo, arroja poesía sobre nosotros.
Alguna vez Saúl escribió sobre sí mismo: "que la presencia indefinible que lo acompañaba, y aún lo acompaña, como dulce sombra o hiriente ausencia, era la musa, quizás la inalcanzable Musa". Y yo afirmo: esa presencia se nota, se vive, se siente en "Los cuates de Candelita". Quizás sea la misma Candelita que, traviesa y juguetona, ilumina nuestro circo. Querido Saúl, la musa se te escapo de las entrañas, seguramente las antiguas, con todo el propósito de ver a Serrucho, Berrinche y Churrinche haciendo payasadas. El tiempo de reír regresa desempolvando entrañas antiguas. Y a mí
me tiembla la escalera.
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