MALDITA MIA
REIVINDICACIÓN DE L@S MALDIT@S
LUCÍA IZQUIERDO
Pocos textos podrían llevar al lector a una emotividad comparable con un electrocardiograma emocional; la "Maldita mía" de Saúl Ibargoyen lo ha hecho, quizá porque yo misma me reconozco descrita en su voz lírica, quizá porque en el libro reconozco a mis malditos, quizá un poco de ambos; probablemente porque el poemario muestra un lado de la naturaleza humana que preferimos no ver; el dolor, el duelo, la separación abrupta de seres que alguna vez convivieron como amados/ amantes. Fundamentamos nuestras relaciones en el deseo del otro y no en el amor; confundimos los términos tajantemente.
En la RAE, maldita es una persona que desagrada por su terquedad u otras malas cualidades; una perversa, alguien de mala intención y dañadas costumbres; condenada, castigada, es un ser ruin y miserable a quien la justicia divina le caerá encima; si es que no le ha caído todavía.
Desde el poemario de Saúl Ibargoyen, es aquella musa que estuvo a nuestro lado y ha abandonado nuestra compañía de manera violenta, es un ser de bajos instintos, vulgar y ondulante, es esa
M de (un) nombre profundo
(
) que habrá de reunirse
con una enredada familia que busca
entre teclas papeles lápices, pantallas
su ser para sí y no de otra manera.[1]
Admito que al comenzar a leer noté un aparente desdén hacia el sexo femenino, desdén que pudo haberme ofendido y que, sin embargo, me llevó a una metáfora más profunda; mientras Saúl hablaba de sus malditas, yo podía ver como poco a poco se dibujaban en mi mente los rostros de aquellos amados que he dejado a mi paso. De aquellos que alguna vez odié y de algunos otros a los que aún odio porque ya es imposible seguirlos amando, pero me rehúso a dejarlos ir, a dejar de sentir algo por ellos.
El texto de Ibargoyen me permitió recordar que "El odio surge al atravesar la barrera de la belleza, pues la función de la belleza es ocultar la maldad fundamental de la Cosa"[2], pero ¿hay realmente maldad en aquellos que han tenido que abandonarnos? Recordando el poema En blanco y negro, podemos citar
Es que en ti siempre crecía
la sórdida esperanza de olvidarme:
por eso regresaste al gestado amor
que exigen las rutinas del día.[3]
Quizá en un afán de justificar al otro, tal vez porque yo misma he sido una maldita en ojos ajenos, quiero pensar que a veces el otro cabe únicamente en la acepción de alma atormentada; es alguien que tiene que irse porque, aunque hay amor -en un sentido a menudo más espiritual que carnal-, resulta imposible la convivencia.
Quizá son esas relaciones el motivo por el que Platón escribió el Simposio en un afán no de exponer los distintos modus amorosos, sino el amor socrático como el más sano; el idílico: ¿Cómo amar sin poseer? La pregunta lleva implícita la respuesta; ¿cómo amar? Sin poseer. Pero nos seguimos empeñando en fundirnos con el otro, en hacerlo nuestro y demostrarle al mundo que el alma del otro nos pertenece, no importa que no seamos dueños de nosotros mismos; somos dueños de la vida de un ser que consideramos hermoso, de un alma bella, pero cuando desidealizamos la relación, cuando el otro deja de mirarnos o cuando el ser amado deja de ser encantador a nuestros ojos, mudamos esa emoción en odio; después de todo, esa energía pulsional debe transformarse en otra cosa, no puede simplemente evaporarse.
Hay algunos seres odiados que, parafraseando el poema "Cucarachas" son extranjeros de sí que viven en torpe libertad, alejándose más a golpe de ilusión y carne envejecida de aquellos niños que buscaban palabras metiendo su cara en el cielo. Hay veces que somos los erastés[4] quienes perdemos el nombre y nos volvemos
Nada
porque no quieres nacer de tu primera presencia
porque el miedo y el rencor transitan
por el rumbo mugroso donde ahora respiras".[5]
Y en ese afán de, como fénix, renacer de nuestras cenizas, de superar el duelo de una relación amorosa, preferimos barrar al erómeno[6], al otro, tacharlo, odiarlo, reducirlo a cenizas para que pueda sentir el dolor que nos causa. Mudamos de una transferencia antes amorosa a una amor-odiosa.
Mientras más avanzaba en la lectura, una duda se hizo constante ¿por qué tendemos a odiar a aquellos que nos han entregado un trozo amplio de su vida, de su tiempo e intimidad? Es que perdemos de vista que:
la energía del odio puede volverse
contra quien la emite desplegando un veneno
sin fecha de vencimiento
y sin presentar más síntomas
que la invisible llaga de un leproso.[7]
¿Por qué el otro se vuelve cruel y dice cosas que nuestro entendimiento apenas puede traducir (no puede o no quiere)? A veces, mientras avanzaba en las imágenes de aquella(s) maldita(s) pude ver a los míos, acepté que "No se trata entonces de evitar el engaño, pues la estructura de ficción, la ficción verdadera, es la estructura misma del deseo, (
) en la medida en que (las ficciones) permiten la emergencia, en la ranura, de lo que no cesa de no escribirse"[8] nosotros podemos seguirnos escribiendo, aunque sea una interpretación de los hechos y aquello que recordamos no haya sido sino una parcialidad de la realidad. "¿Cómo entonces escribir para un después/ en un tiempo que no me pertenece"[9]? ¿Cómo hablar de la "Maldita mía" de la suya y de mis fantasmas malditos que, sin conocerlos, parece que Saúl Ibargoyen describe? El mismo autor nos muestra el verdadero meollo del dolor con "El Perdón":
Ah maldita mía: alguien me ha dicho
En estas orejas rellenas de banales anuncios
De mediocres arengas revolucionarias
De inmundas promesas que el poder condiciona
De plegarias para oídos sometidos
De llantos que la miseria elabora
De gritos populares en estadios privados:
Me ha dicho alguien sí
Un torpe refrán que los almanaques aún cocinan
Es decir que solo el dios puede perdonar
Por mediación de un subalterno con o sin sotana:
Mientras que los socios o miembros de la especie
Más desarrollada más depredadora más injusta
Solamente pueden disculparse a la manera
De un perdón disfrazado de drama o tragedia.
Es así que amnistía o misericordia
Clemencia o absolución gracia o indulto
Condonación o indulgencia
Son también materia opcional según el caso.[10]
En un afán de cerrar este texto y las heridas, creo que Ibargoyen nos muestra en "Maldita mía" que todos tenemos un odiado amor, un ser al que odiamos porque debe ser castigado, porque se convierte en ruin al dejarnos con el alma expuesta, porque el odio siempre está salpicado de amor o sería indiferencia. Parafraseando a uno de mis malditos personales, el amor es un perro con dos cabezas, como Ortro, el can griego hijo de Equidna y Tifón; una de sus cabezas, la diestra, es el amor, la de la izquierda es el odio y sólo Heracles, indiferente, puede matarlo, porque es la indiferencia la única salida a un perro infernal.
[1] Saúl Ibargoyen, Maldita mía, Sediento ediciones, México, 2014, p. 55
[2] Diana S. Rabinovich, Ética y topología del deseo, Manantial, Buenos Aires, 2007. P. 25
[3] Saúl Ibargoyen, op. cit, p.21
[4] amante
[5] Saúl Ibargoyen, op. cit., p. 20
[6] amado
[7] Saúl Ibargoyen, op. cit., p. 29
[8] Diana S. Rabinovich, Ética y topología del deseo, Manantial, Buenos Aires, 2007 p. 84
[9] Saúl Ibargoyen, op. cit., p.40
[10] Saúl Ibargoyen, idem, p. 57
SAÚL IBARGOYEN: EL POETA DE LO SUTIL
Entré en contacto con la obra de Saúl Ibargoyen hace casi ya dos años -o sea, hace nada-, pero como imagino que les pasó a muchos de ustedes, quedé prendada de inmediato. Mi primer acercamiento fue a su prosa, con La última copa, novela que narra los periplos alcoholíferos de un hombre cuyo nombre nunca conocemos. Fueron dos cosas las que en ese momento me llamaron la atención y atraparon: una, la adjetivación abundante y magistral que, contrario a lo que algunas "buenas prácticas" de la prosa indican, no impedían que la lectura sea fluida; y dos, una red de neologismos que obligaban a acercarse al texto con otros ojos. Yo, por deformación profesional, no dejaba de preguntarme: ¿cómo traduciría esto?
Claro, aquí tengo que abrir un paréntesis: disculparán ustedes que jale agua para mi propio molino, pero un texto que a través de la forma en la que se formula genera una reflexión sobre la propia lengua (sea para efectos de traducción o no) es un texto que merece la pena ser mirado más de cerca y que tiene valor no solo para la lengua en cuestión sino también para la cultura a la que pertenece o en la que se inserta. Y entonces lo que quise mirar más de cerca fue su poesía. Si la prosa era tan rica, ¿qué me esperaría en sus poemas? Cierro paréntesis.
Como iba diciendo, después de un breve pero intenso primer acercamiento a su prosa, me abalancé sobre su poesía hasta encontrarme con la obra que esta tarde nos reúne y acompaña.
"Maldita mía": solo dos palabras que condensan en su brevedad todo un mundo: una expresión de cariño ("querida mía") herida de muerte por el puñal del desamor. Es posible percibir ya desde la paradoja del título todo lo que va a acontecer en las páginas del libro: una tensión que no cede, que no deja descansar al lector ni un segundo; una intensidad que no titubea, un tira y afloja entre lo dicho y lo apenas apuntado; una corporeidad avasalladora que en su omnipresencia hace hueco a otros temas: en medio de "rencores ronquidos y estornudos", de semen, labios, roña secreta, de "ásperas toallas colectivas y jabones efímeros", encontramos también una reflexión sobre el proceso creativo, sobre la escritura y el mundo que la rodea. Pero no son estos los únicos temas que se asoman por las esquinas de los versos; la espiritualidad o el karma, "Así la energía del odio puede volverse/ contra quien la emite"; la comunicación, o la falta de comunicación, más bien, "el silencio perverso de decir y no decir"; el exilio; incluso la traducción, están también presentes.
A pesar del evidente tono de desdén que acompaña de principio a fin las páginas del poemario, a pesar de que la relación amor-odio es lo primero que salta a la vista (este último en presencia, el primero más bien en ausencia), el libro es mucho más que eso: más que unas "acumuladas memorias basurescas", más que una serie de poemas que ilustran un sentimiento de odio hacia, podríamos pensar, una mujer, o al menos hacia un referente femenino que se repite como mantra al inicio de cada uno de los poemas: "Ah maldita mía". Y como no quiero arriesgarme a sobreinterpretar, solamente mencionaré que en español también tienen género femenino la patria/matria y la vida misma.
Así pues, encontramos en esta obra varios niveles de significado, a los que se une la intertextualidad, ya sea en forma de cita, alusión o eco, en español o en otros idiomas. Una de las citas más evidentes es el título de uno de los poemas: "Odi et amo?" (con signo de interrogación al final), que hace referencia al principio de un brevísimo poema que Catulo le escribe a su amada Lesbia, y que me parece quizá la referencia más importante pues es la clave del tono general del poemario, con una inclinación manifiesta hacia el polo del odio. Como hemos oído en varias ocasiones de boca de Saúl, (y cito de una entrevista concedida el mes pasado a la revista Nocturnario): "el autor único no existe, en cada verso que uno escribe hay montones de manos" (fin de la cita).
No faltan algunos de los recursos que hemos aprendido a reconocer en la poesía (y a veces en la prosa) de Saúl Ibargoyen y que dotan a sus textos de un ritmo que, en Maldita mía, adopta la forma de una espiral descendente, diría yo: la adjetivación y aliteración abundante, los encabalgamientos vertiginosos, las oposiciones semánticas casi trágicas, las enumeraciones y acumulaciones reveladoras son algunos de ellos. Los versos finales de cada poema no pueden pasarse por alto: cortan la respiración al lector, contribuyendo así a mantener el ritmo y la intensidad, que no puede separarse de la intensidad del sentimiento de odio que expresan, ni de la intensidad del amor que lo antecedió.
Y todo ello, entretejido de una manera que permite que el maestro estire el lenguaje hasta límites que pocos se atreven a explorar, hasta abismos a los que pocos se atreven a asomarse: uno de ellos, el abismo inexplorado de la lengua. Estos recursos guardan una proporción y un equilibrio tales dentro de los poemas que es difícil imaginarse cualquier otra palabra en su lugar.
Saúl propone nuevas maneras de ver el mundo a través de SU manera de expresarlo; porque, como Wittgenstein, sí creo que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo, pero no dudo ni por un momento que estos límites se puedan -y se deban- ampliar. Y eso, precisamente, es lo que hace Saúl Ibargoyen.
Para concluir, retomo el tema de la tensión entre lo dicho y lo apenas apuntado; es esto, creo yo, lo que confiere a este libro esa fuerza que no da tregua y que obliga al lector a respirar hondo entre poemas; es esa tensión la que hace a este escritor, entre muchas otras cosas, un maestro de las posibilidades del lenguaje: no me atrevería a decir quién está al servicio de quién, pero sí me queda claro que Saúl ha permitido que, en sus manos, la lengua sea capaz de expresar todo lo que ni ella misma sabía que podía expresar. A través de un lenguaje directo y certero, y en muchas ocasiones brutal, Saúl Ibargoyen nos ofrece una poesía de lo sutil. Y eso no lo hace cualquiera.
(PATRICIA OLIVER. Presentación del poemario Maldita mía. 13 de octubre de 2014, Ciudad de México)
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