SOÑAR LA MUERTE
SOÑAR LA MUERTE
Soñar la muerte de Saúl Ibargoyen es, en cierta forma, un libro hecho para todos los que alguna vez fuimos felices fuera de la vigilia pero que nunca hemos hallado un "desatino del tiempo" que nos devuelva a nuestro sueño. Ya lo escribió Cardoza en su Elogio de la Embriaguez: "El sueño nos domina con su gracia, es la esencia de la embriaguez... Hace de nosotros lo que quiere, obedeciendo al más oculto condicional de nuestro desear. Pero es ingobernable, vive una vida a la cual participamos como invitados. Tal es su gloria: su independencia, su libertad sin fin."
La novela de Ibargoyen es un "rompecabezas de premoniciones hecho de trozos de luna que las hembras mestizas y aindiadas de sudamérica tienen que reunir y luego pegar con su jugo menstrual". La esencia del texto se transfigura en el presentir un encuentro entre un escritor y su personaje: la muerte se sueña y se escribe con la única finalidad de que esas sílabas cobren vida cuando, al pasarles la vista, alguien les respire encima.
En oposición a la actual oferta literaria, cuya línea tiende a la ramplonería, esta obra está hecha con una prosa compleja que efectivamente simula las texturas oníricas por su abundancia de elementos simbólicos y lo laberíntico de algunos pasajes.
Por otra parte, el autor le es fiel a las posibilidades infinitas que tiene el tiempo en los sueños, en los presentimientos. Cada personaje posee su propio tiempo, pero pueden unirse en un instante del relato cuando unos a otros se lean como protagonistas de diferentes narraciones. Tal recurso enriquece a la novela con varios niveles que van más allá de la ficción, igual que una caja china o un juego de espejos.
Uno de los protagonistas, el coronel Ambrosiano, quien más que un profesional castrense es un poeta "con las vísceras como sedas ajadas", hermano metafórico del Petronio de Vidas imaginarias de Schwob, escribe para después vivir sus propias historias. El es el "inventor fundamental" del relato, extiende sus dedos de creador hacia nosotros, se sale de sus propias letras y luego regresa a! centro mismo del augurio, del presentimiento, de la visión que se adelanta; ya no va solo: nuestros ojos lo acompañan.
(CONCEPCIÓN ZAYAS, “Soñar la muerte”, El Nacional, 17 de julio de 1993)
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