LA ÚLTIMA BANDERA
CUBA SIGNIFICA MUCHO PARA MÍ: IBARGOYEN
En Habana 3000, Saúl Ibargoyen explica a través de su personaje Nadia —en 13 poemas de amor—, por qué diseñó para su ausencia "estos tropezados versos". Asegurándole, además, que lo hizo bajo cierta impunidad, ''pues quien esta solo se encuentra lejos de cualquier parte".
En el otro libro de, su más reciente producción, el poeta, narrador, periodista, crítico y editor uruguayo, expresó por qué lo tituló La ultima bandera, y por qué también dedicó la obra a Margarita Martínez Duarte y a Gilgamesh; sin olvidarse desde luego "de los niños mutilados por la guerra y cuyos nombres quedarán escondidos en la arcilla dolorosa de la historia".
Ibargoyen comenta: "Habana 3000 fue escrito hace como unos 10 años, y tiene que ver con algunas experiencias sentimentales-amorosas en Cuba. En La Habana, concretamente. Como una especie de descripción de una historia; de una relación coyuntural que se dio en ese momento, y que para mí tuvo importancia en el sentido de que me permitió encarar esa experiencia emotiva, desde el punto de vista literario. Y digo esto, porque si bien no pretendo renovar la poesía, por lo menos deseo renovarme yo. Creo que el escalamiento fue el de tomar las cosas de una manera rigurosa y un tanto drástica. Hasta la raíz posible de una relación de ese carácter. Es decir, de una manera descarnada, directa y desgarrada".
El libro explica algo así como el principio de una relación amorosa y el término de un exilio. "Sí. Era un momento de cambio en mí, porque aparte de que ya se olía el regreso, ese encuentro surgió cuando el exilio empezó a terminarse. Así que esto me motivó profundamente para hacer una serie breve de textos, donde se plantea de una manera muy desgarrada, las situaciones de encuentro y desencuentro. De amor y desamor. De memoria y olvido, dentro de las amplias y complicadas fronteras del exilio. Ya no tanto del exilio estrictamente mexicano, porque yo con Cuba tuve vínculos desde hace muchos años. Estuve muchas veces allá. El territorio o el área cultural cubana es para mí también una superficie de exilio. Eso es parte de lo fundamental que podría decir también sobre este libro. Creo que en Cuba, finalmente, se ha perdido mucho, pero también existe una experiencia histórica acumulada. Y no es que yo quiera ser optimista a fuerza, pero como tengo tantos amigos allá todavía, y otros que están acá y en otras partes y que han salido por diversas razones, entonces Cuba ha significado para mí mucho, demasiado quizá, esto es, desde un punto de vista cultural y humano".
—¿Cuando los observadores hablan de encontrar "salidas favorables" para Cuba, ¿están en lo cierto?
—No lo creo. Ninguna salida a ultranza, puede ser beneficiosa para Cuba ni para el pueblo cubano. Creo que una salida política, intermedia, digamos, al menos en este momento, y que no contradiga algunos de los logros fundamentales para la Revolución, en cuanto a educación, salud y todo eso, creo que es lo más aconsejable; por otra parte, reforzar lo que se ha conseguido y aceptar algunos cambios que son inevitables en el mundo contemporáneo/pues no se puede soslayar, pero siempre y cuando se respeten los principios fundamentales de su soberanía. Por otra parte la cultura cubana se ha extendido y no por la influencia libresca, sino de parte de la de la propia gente que la hace y que está fuera de Cuba. Eso es lo que ha pasado también en otros países, como Uruguay, Argentina o Chile. Por estas razones, creo que Cuba en el campo cultural está generando una gran riqueza. En este sentido soy optimista.
—En cuanto al libro, ¿aporto usted aspectos diferentes de estilo y lenguaje?
—Bueno, siento que es un libro de lenguaje fuerte, y con un sistema de metáforas que si no es precisamente innovador, sí lo siento muy reafirmado. También puedo agregar que el vocabulario, visto después de algún tiempo, como que define esos presentimientos, esas situaciones difíciles. Yo estuve en Cuba durante la invasión de Granada, y pude captar toda la histeria colectiva que aquello originó, ya que se trataba de una amenaza también para Cuba y el Caribe. Y esa impresión todavía la mantengo y creo que se transmitió de alguna manera al libro. Y es que fue una época de desgarramientos y hasta de pequeñas catástrofes. Y no es que yo quiera ser el profeta de la desgracia, pero lamentablemente creo que muchas cosas de esas presentidas, ya están sucediendo ahora.
Ibargoyen habla de su otro libro, La última bandera, con la misma sensibilidad a flor de piel: "Este tiene que ver con la impresión que me causó la llamada Guerra del Golfo, en 1991. Hacía muy poco que había regresado a México otra vez, para radicar aquí y trabajar en Plural, y se desata la guerra. Ello me produjo un impacto muy grande, sobre todo desde el punto de vista humano; es decir, recontando las 300 mil vidas que costó ese conflicto; y en el que se aplicó la alta tecnología para la destrucción. Porque independientemente de la postura política y de los sistemas, yo veía que se estaba atacando uno de los centros culturales más antiguos de la humanidad, y uno piensa en Babilonia, en Asur, en las primeras culturas y 3 mil años más tarde en Alejandro Magno, expandiendo la cultura helenística. Todo eso me afectó mucho.
—¿En qué más se apoyó para el contenido?
—En Las Sagradas Escrituras. Es decir, no solamente La Biblia sino de los muchos aportes de la cultura babilónica, sus mitos, su leyenda, y todo lo que de una u otra manera se ha ido transfiriendo a la cultura llamada occidental. Y fue por eso que escribí este libro. Bajo esa fuerte impresión. Se trata de un largo poema y en la última parte lo cierro con la posibilidad de que el conflicto nuevamente se produzca, ya que no hay seguridad que en este mundo inestable se logre un equilibrio en la zona. Así que por encima de los sistemas y de las naciones unidas —porque prácticamente eran 21 países contra uno—, yo lo veía con otros agravantes: era un nuevo atentado a una de las formaciones más antiguas de la humanidad, a una espléndida estructura urbana organizada. Más allá del imperio donde también había injusticias y regímenes autoritarios, yo veía los logros culturales, empezando por la escritura cuneiforme y los bellísimos tesoros literarios. Por otra parte, sus códigos, sus derechos religiosos que yo respeto muchísimo. Así que de alguna manera lo que traté de recoger fueron esas relaciones que indiscutiblemente existen entre culturas tan distintas, como son las mesoamericanas y las de Oriente. Trato de hacer esa vinculación, y también hice una especie de paralelo entre el choque que fue la Conquista en América con esa guerra del Golfo.
(ANA MARÍA LONGI, “Cuba significa mucho para mí: Ibargoyen”, Excelsior, 7 de febrero de 1995)
VOZ DE MUCHAS LENGUAS
La última bandera, de Saúl Ibargoyen
Saúl Ibargoyen me dice que ha escrito un poema sobre la guerra del Pérsico. He de creerle que ha escrito sobre una guerra en el centro mismo, en el origen de las cosas.
Leer un libro sagrado es de sí leer un largo poema de muchas partes, y casi siempre es leer en muchas lenguas. Esos textos, aunque traídos —a veces por la fuerza— hasta un idioma entre tantos, nos hacen asomarnos —con más, con menos fortuna, siempre con grande pasión de palabras— al lenguaje único que los constituye en lo íntimo y que pervive tras lo que es particular al idioma; en no pocas ocasiones nos tientan a que nuestro lenguaje se asemeje al de ellos.
Para acercarse a una guerra que sabe suya, el poeta Saúl Ibargoyen se ha creado un código en el que desde aquí y ahora le es suyo hablar de la guerra. Y habla con una voz que contempla y abraza muchas lenguas. Este es un poema ambicioso. Saúl ha escogido el poema complejo y abundante, el poema metódico construido sobre la combinación de otra poesía que ha hecho suya, la de textos sagrados, con sus muy propias metáforas, larga y viva acumulación de un poeta que ha visto crecer a las palabras. Su empresa es la de quienes someten la "expresión" al rigor de reunir en un cuerpo de trazo deliberado y consecuente el conocimiento y la experiencia de palabras, personajes, imágenes y símbolos primordiales —los que tienen origen en el origen— con el caudal de la propia imaginación, y después tejerlos con otras palabras y símbolos y personajes que pertenecen al idioma de nuestra información cotidiana: el lenguaje que pasa por ser lengua común y es mera solución expedita al serio problema de nombrar las cosas.
No es sorprendente, ni fortuito, que los poetas hagan suyos los asuntos de esa talla a través de los textos mayores y que intenten a su vez la creación de uno más. Como lector, me irrita que quien se atreve a un tema así me imponga la penitencia de escucharle lamentos o querellas en una voz estrictamente personal, en una lengua llana y en un poema pequeño y carente de códigos religiosos o heroicos, ya sea con el propósito de lo grave o con el riesgo de la sátira. El largo poema de Saúl —ocho puntuales negativas en que el poeta se rehúsa a ocho actos necesarios para que el poema exista y un epílogo inconcluso, al que yo le diría invitación— no peca de esos lastres. De hecho, como cédula de las ambiciones, la primera de las ocho negativas establece un artículo central para su código, el —perdónese la metáfora gastada— hilo conductor del poema: “...pocas las manos todavía/... pues nunca escribirán/ el nombre completo de la humana sangre...”. Desde ese artículo recurrente, la sangre, se extienden muchos y abigarrados signos, como se desearía en esta lucha en y por el centro u ombligo del mundo. Lo ambicioso le viene bien al poema.
Leo temas indispensables a la empresa: lo pasajero nos lo revela que un texto sagrado es secuencia de narraciones; el contraste con lo permanente lo exige el que los textos sagrados sean poesía y oración. En La última bandera ecos de esas lenguas —figuras míticas, íntimas y plurales, ritmos de oración y letanía— se trenzan con ecos de la muy particular lengua de un poeta como Saúl, con saber y sentido de las urgencias de la sociedad. En esa lengua se intuye un rumor cercano. Se intuye al que se duele con profundo conocimiento de causa tanto de la violencia irracional —la nunca sagrada— como de lo que la acompaña y la persigue en la historia de nosotros y hoy, en lo personal y en lo universal: tortura y ostracismo. Y me topo con palabras que estaban a punto de ser adivinadas: "las valvas quebradas del exilio". No habría ambición cumplida en un poema que se sumerge en Quram y ríos primigenios, si el poeta —oriental por doble partida doble— fuese incapaz de trasladar el recuento mítico hacia la memoria tenaz del que ha luchado y sigue: “Daremos fe porque hemos puesto/ el verbo y la persona/ en este pleito”. Junto a esas lenguas se escucha la de un intenso hacedor de plegarias, de preguntas en ocasiones altivas: “¿Quién pudo confirmar/ que el verbo encerrado en la tinta/... no es más que un fantasma/ de su propio sonido?”.
Desde la historia-leyenda hasta la historia de hechos, las ocho negativas refieren el choque entre el verbo que lo es y el que semeja serlo. Saúl nos cuenta de nuestra propia recurrencia de Babel: la confusión de las lenguas que si son lenguas con los signos que no lo son, que son "comunicación", "información". Es allí que se reconoce una voz que reclama firme: “Pronto volveremos en nuestra relación/ a repetir necesarias narraciones/... a pulsar los intocables comandos/ de la luz/ a irritar el papel de un libro final que nunca entregaremos a las aguas...”. En este poema se crea una complicidad entre la geografía y las creaturas de los dos orientes, complicidad opuesta a los iconos sonrientes del o los ponientes: donde se crean ritmos de plegaria e imágenes múltiples de dioses de arenas, desiertos y ríos, allí de pronto se aparece el del rostro que “parece blanco pero en él/ ya han sido escritos los rasgos/ de una máscara negra más profunda...”. Constantemente las acciones que nutren o llenan el espíritu hallan la oposición de los espacios vacíos, de lo que solamente conduce o —ni eso— solamente indica.
Vuelvo a leer y ¿reconozco?, ¿prefiero ignorar? que el poema de Saúl también me habla en una lengua distante. Este poeta ambicioso tiene una pasión irredenta por los signos que unen bajo banderas. A pesar de que la suya se diga la última. La construcción perseverante y ordenada de este poema, creadora de una enorme coherencia interna, alcanza un límite en la idea de la nación superviviente. En ese límite choca el ruido de mi impaciencia con la esperanza expresa del poema, que dice con voz firme: “Mira hasta el fondo de estos días/ deja de gemir/ destruye tus lamentos./ Así verás cómo es castigado/ el enemigo de nuestras naciones”. A las ocho negativas de Saúl agrego, pues, la mía: la negativa a dolerme de que el "somos" se ha vuelto un fantasma disperso, sin color ni divisa digna de confianza; una disonancia, un tanto cínica, que corresponde a la distancia de nuestras generaciones políticas.
El epígrafe del poema dice que dijo Teresa de Jesús que no se puede dormir sin paz en la tierra si militamos bajo esta bandera. Quede el epígrafe en mente para gozar varias claves del poema de este escritor obcecado, intenso, valioso. Quede en la memoria el modo en que traspasa la intimidad del cuerpo —”Ahora solamente han de hablar/ los labios:/ ni nervios ni electrizadas lenguas...”— hacia la evocación de rondas de mar y oscuridad: “O tal vez aprovechemos/ la fuerza de la Luna/ que abre la burbuja del cangrejo...”. Recuérdese los emblemas que recorren su mundo y mío y de todos —”¿Quién lanzó sus ácidos salmos/ más allá de los años de la historia/ al anunciar que ha llegado/ el día brutal del dios iracundo "para arrasar toda la tierra"...”— y su entrecruzamiento con los que toman formas específicas del hoy: “Este es: el adversario”/ de todas las gentes/... El indica el peso de tus rentas/ El estima la pureza/ de las aguas que usarás...”.
Para asomarse a la guerra, a esa guerra o a las guerras —las que de ésa se derivan y las eternas guerras al interior-- Saúl Ibargoyen se construye un pasaje desde la cifra sacra en el olvido hasta la franqueza —o cinismo— del poder en busca de un espejo que le agrande su errada fe en la destrucción. Amén de esto, La última bandera busca el espacio para reunir las lenguas que son, para tratar de alcanzar el modo imposible de la lengua sola. Es en ello que atesoro el obsequio, en el vigor que despide. Para mí, esto es lo importante. Repito, para mí, este poema de Saúl es sobre todo oportunidad de aproximarse a una versión del lenguaje de Babel. Tal vez allí sí comparto esperanzas. Después de todo, la cara idea de que los códigos existen debe ser Írrenunciable. Como lo crea el poeta: “Míralo bien y busca/ en el código venido de lo alto/ el momento de su castigo/ que habrá de probar/ antes durante o después del fuego inmenso”. Así que se trata de códigos, usados por una voz de muchas lenguas que se esfuerza por hacerlas hablar y que escuchemos.
(Alfredo Michel, 3 de febrero de 1995)
UNA MUESTRA DE AUTENTICA POESÍA: SAÚL IBARGOYEN
Comentar poesía generalmente es una tarea deliciosa, sobre todo para los amantes y conocedores de ésta; sin embargo, cuando uno se enfrenta a un poeta de la magnitud de Saúl Ibargoyen el asunto se complica, y es que después de saber que ha publicado alrededor de 50 libros entre novelas, cuentos y poesía, el placer de hablar de su poesía se convierte en temor, ya que un escritor tan prolífico debe haber escuchado las más diversas opiniones sobre su obra, dejando en la nulidad nuevos comentarios.
No obstante, y pese a lo que afirma en su poema "No quiero leer aquellos libros sagrados" del poemario La última, batalla: "Porque toda la palabra escrita ha sido/ reescrita releída revisada reincorporada/ recompuesta revuelta rechazada/ en tablilla de greda quebradiza", correré el riesgo de comentar algunas palabras respecto a su obra, riesgo que bien vale la pena pues realmente comentar su poesía es compartir un gozo y una gran experiencia; por supuesto, la dimensión de su obra no me permitiría, en este espacio, comentarla toda, pero sí puedo hacerlo de una muestra significativa, es decir. La última bandera, citada anteriormente y Habana 3000, ambos de 1994.
La última bandera muestra a un poeta que se inquieta por los secretos del quehacer poético, de la esencia humana, y para ello recurre a todo aquello que lo acerque a esto, no en balde los títulos de sus poesías, aunque negaciones, incorporan la mayoría de los sentidos: mirar, escuchar, hablar, tocar, escribir..., pues finalmente estos son una puerta al conocimiento de los misterios humanos.
Una de las primeras inquietudes que se vislumbran en esta poesía es, precisamente, sobre la creación poética, creación que exige a cada momento un conocimiento del pasado, pilar que sostiene cada verso de cada poesía de cada escritor, pero paradójicamente, debe romper lo manido, labor difícil, pues requiere ser original, innovador: "No puedo permitir que en mi boca/se hinchen las cansadas palabras: “¿cómo juntar saliva fresca/con los viejos alimentos/que el aire no recuerda?".
Asimismo, esta poesía es un constante preguntarse por los secretos del hombre, de la vida: "¿0 es que nada mas viajamos/ por las entrañas de una mujer/ -salpicadura de semen/nudo de sangre/carne coagulada-/ para reunir blasfemias y esperanzas/ torpes riquezas débiles floraciones/ y un trago de vino silencioso?".
Pero a la par de la inquietud por los grandes misterios humanos, surge el conocimiento y afirmación de determinadas cosas, tal es el caso de la importancia del pasado, de ese gran libro que la humanidad va escribiendo y en el cual encontramos una respuesta a los secretos y retos que plantea: "No conoces el presente/ no hueles ni percibes/ el enredado sabor/de lo que está por venir:/ porque no miras/ hacia la sombra de tus espaldas/ ni buscas dentro de tus axilas/ el vuelo sin descanso/ del espléndido quetzal”. Y es precisamente este aspecto el que lo convierte en un defensor de las grandes culturas, de esas culturas antiquísimas que son nuestro origen y que sin más fueron aplacadas por la ambición, por la tiranía y la crueldad, por eso no es raro ver entre los versos de este poemario a una figura conocida por todos: "el enemigo de nuestras naciones... el violador de ancianos y doncel las...el verdugo de profetas y albañiles...el destructor de rosas y de párpados...el inventor de insultos y de crímenes".
De este modo vamos descubriendo que la historia se repite y quizás se siga repitiendo, ya que como el mismo Ibargoyen dice: "...estamos invitados a la fiesta de un nuevo silencio:/la espada atómica de la ira/ya no es la del sediento Yaveh"; así, aunque por momentos el pesimismo gana terreno, finalmente resulta triunfadora la vida, pues la poesía de Ibargoyen es la poesía de la esperanza, de la vitalidad, de la confianza en el cambio y en una nueva existencia: "pues toda nación deberá alzarse/ de sus restos humeantes".
Lucha que la humanidad deberá enfrentar, sobre todo con sus "inventos", pues la han separado de su pasado, enajenándola, reduciéndola a la miseria: "Y en los ordenadores que no conocen/el contenido del vocablo/pájaro ni cómo explicar/que una sílaba es una sílaba/ y no vulgares símbolos/que un viento electrónico/captura y traslada".
Finalmente, en este libro la naturaleza es un elemento indispensable, es la antiquísima vigilante y compañera del hombre; un ejemplo de su profundo conocimiento lo constituye ese hermosísimo verso del poema "No quiero mirar la violencia del verbo": "Cada hierba tiene su hora de nacer". Así, estamos ante una poesía que comunica preocupaciones, sentimientos, experiencias, de las cuales la más relevante es la necesidad del pasado, de nuestro glorioso pasado.
Por otro lado, en el libro Habana 3000, las preocupaciones del poeta son otras, incluso en su "Presentación ociosa" le habla a una mujer: Nadia, por tanto, estamos ante una poesía que nos habla de las relaciones humanas, de la relación perpetuante hombre-mujer que implica amor, pasión, soledad, abandono: "Así fue el encuentro: palabras inventadas/bocas intensas/gentes imprevistas/ cartas insólitas/ restoranes inseguros/ fotografías irrepetibles/ constelaciones intactas/ temblores incrustados en un cuarto de hotel".
Así, el poeta va revelando el caudal de sentimientos que agitan su interior y que le produce dicha mujer: "La Habana sin tí-Tú eres todos los sitios/ del mundo./ Y viajas hasta aquí/ hasta las tierras despojadas/ donde aún respiro". Además, y como el mismo poeta lo señala existen sentimientos que deben trascender, rebasar obstáculos, fronteras: "Para el amor/ no basta el amor...", por eso, me atrevo a afirmar, este poemario es precisamente esto, una forma de eternizar el amor, de hacerlo invulnerable a todo y a todos, convertirlo en una veta infinita que provee de recuerdos al poeta, ya que si en ocasiones el amor no se basta a sí mismo, la palabra, la poesía puede ayudarle e instaurarle como una fuente de inspiración.
Pero como señalábamos anteriormente, las poesías nos muestran un amor que tuvo su climax, su inicio y fin, por eso el tono de esta poesía es melancólica, pues es una relación terminada, bañada en el pasado; motivo por el que se cierra el poemario con ciertos epigramas que revelan toda esta tristeza, todo el vacío que ha dejado esta relación: "El fin y el principio/ la explosión y el hielo/ las tortugas infinitas/ o las viejas serpientes/ de las fábulas?/ Y tú en el centro/o a un lado Nadia:/ nadería nadie nada."
Como se puede apreciar, estos dos libros son muestra de la belleza y profundidad que hay en la poesía de Saúl Ibargoyen, de todo ese conocimiento profundo del hombre, de sus problemas y sus dudas, de sus tristezas y alegrías, de su crueldad y ternura, de su historia, del amor y nostalgia. Sólo me resta comentar algo que señalaba hace poco el poeta chiapaneco Efraín Bartolomé: si la poesía hace estremecer, vibrar, sentir... entonces estamos ante una auténtica Poesía, pues eso es: sensaciones, sentimientos, recuerdos, y la poesía de Saúl Ibargoyen me ha hecho estremecer más de una ocasión y seguramente lo seguirá haciendo por mucho tiempo.
(MARISOL NAVA)
LA ÚLTIMA BANDERA, EN MI RECUERDO
Cada uno de los 9 fragmentos de La última bandera lleva un título, un título que es una negación.
Los fragmentos se llaman, por ejemplo, "No quiero escribir el nombre de la sangre", "No quiero leer aquellos libros sagrados", "No quiero hablar del nuevo silencio".
Pensaba yo en esos títulos cuando trataba de armar algo qué decirles a ustedes. Así caí en la cuenta de que lo que yo podría aportar a esta mesa sería como una negación de las negaciones que el poeta, aquí presente, profiriera.
Y es que el papel que asumo en esta reunión no es tanto el de un lector crítico, que para eso los hay mucho mejores, y en compañía de ellos me encuentro, sino el de un testigo presencial del proceso creativo que culminaría en una de las obras a la cual nos acercamos hoy, entre todos.
Me explico: Yo conocí a Saúl Ibargoyen un día 8 de diciembre del ario 1990; fue el día de su segunda llegada a México. Lo conocí en la redacción de la revista Plural, en el Excelsior, a escasos 3 meses de haber comenzado yo a trabajar allí. Él venía, digamos, un tanto nervioso.
Y seguramente no era para menos. Había pasado 5 años viviendo en Uruguay y, de pronto, dejaba todo atrás, nuevamente, para entregarse a la aventura de enfrentar otros aires y ver si podía volver a construirse en ellos un sitio.
Aquellos eran también los tiempos en que el mundo contemplaba, por primera vez, en vivo y en detalle, el desarrollo de una guerra desde sus inicios hasta sus últimas consecuencias. Y eran también los tiempos en que, en buena parte de la humanidad, comenzaba, más que nunca, a germinar la indolencia ante la masacre y la brutalidad.
En esas estábamos... pero Saúl Ibargoyen venia, como casi siempre viene, de otra parte.
Recuerdo que solían entregar en la redacción de Plural varios ejemplares del diario matutino. Recuerdo que se hablaba mucho sobre lo que iba ocurriendo en el Golfo Pérsico, aun antes de que Saúl llegara. No obstante, casi sobra decirlo, nunca se habló tanto acerca de ello como cuando el llegó.
Y no solamente se habló, sino que, además, se habló con indignación, con furia y, también, con desesperanza.
Recuerdo también que el 16 de enero de 1991, cuando expiró el ultimátum de las Naciones Unidas contra Irak, Saúl, súbitamente, calló. De los sucesos de la guerra en sí, no le interesó comentar, al menos no con la vehemencia con que lo había hecho antes, acerca de las etapas previas.
Creo que, para ese momento, la idea de escribir La última bandera ya estaba tomando forma en su ánimo.
Un día de aquellos se acerco a mí para pedirme alguna bibliografía sobre las religiones, la historia, los mitos, la poesía y las leyendas del Antiguo Oriente. Su biblioteca estaba, cosa que algún día podremos remediar del todo, en Montevideo. No me dijo exactamente lo que pensaba hacer con los materiales, pero la manera en que los pidió me hizo entender que se trataba de algo importante, y más: algo personal, íntimamente importante para él.
La primera entrega que le hice, fue bastante pobre (aunque él, por supuesto, no lo dijo). Poco después lo encontré solo en la redacción, escribiendo —con pluma y papel, que así es como lo hace—. Le pedí que me mostrara lo que estaba trabajando, y lo hizo. Me dijo que no sabía si sería un poema, que tal vez fuera uno de varios. Me dijo que para eso quería los libros.
Para entonces había yo llegado a conocerlo un poco; su historia, sus convicciones... algunas de sus manías, incluso. Y lo admiraba.... ya.
Así que me di a la tarea de buscar mas libros para él, con la obsesión que me caracteriza cuando se trata de esas cosas. Y los encontré... de más. Recuerdo que llegó' un momento en que comencé a sospechar que Saúl ya no estaba leyendo lo que yo le entregaba; un día le daba los libros y al siguiente me los devolvía... yo quería discutirlos con él, saber qué les había preguntado y qué le habían respondido, y el solamente me hacía uno que otro comentario vago que siempre me dejaba insatisfecha. Eran esos los días, creo, en que La última bandera corría ya su propia suerte, en un mundo similar al que había tomado como pretexto inicial, pero, sin embargo, distinto.
Recuerdo también que cuando Saúl percibid que La última bandera estaba concluida —al menos tan concluida como podía estarlo, por él— se organizó una lectura del texto en casa de Francesca Gargallo. Allá me invitó. Recuerdo también que era temporada de Ramadan, cuarto mes del calendario islámico, cuarto pilar de la fe.
Esa fue la primera vez que escuche a Saúl leer sus propios textos... y es para mí un recuerdo fundamental, en parte porque se trataba del poema que presentamos hoy.
Saúl es, como podrán apreciar, un hombre menudo y discreto. Mas no parecía así al leer aquella tarde en casa de Francesca. Recuerdo que apenas respiró entre una y otra cuartilla, que cada palabra, en su voz, caía como hecha de granito.
Y recuerdo también que La última bandera termina con la palabra "sangre", y que un instante después de haberla pronunciando, Saúl se transformó, de vuelta, en el hombre suave y gentil que, sin duda, es.
Yo vi, seguramente igual que ustedes, Bagdad bombardeada. Lo vi en directo, a colores, casi como estar ahí... Y no pude hacer otra cosa... no supe hacer otra cosa. Saúl, en cambio, desde la pequeñísima habitación que entonces ocupaba, en la colonia Condesa, sin televisión, sin todo aquello que construye la realidad, día con día, para buena parte del mundo, tejió, en los albores del siglo XXI, la historia mas vieja de todas las historias.
En ese sentido. La última bandera es, al menos así lo pienso yo, una demostración... una demostración de que esa historia es nuestra historia; que aquellos libros sagrados son nuestros libros sagrados; que la sangre tiene, todavía, su mismo nombre...
Y que el canto. . . el canto, como todas las cosas, viene de allá, de lejos, de antes, pero se siembra siempre aquí... aquí y ahora.
(MARGARITA MARTÍNEZ DUARTE, 2 de febrero de 1995)
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