☰ menú
 



El cadáver prestado ( 1 - 8)

                              1
¿Qué otra cosa sino este cuerpo soy
alquilado a la muerte para unos cuantos años?
Cuerpo lleno de aire y de palabras,
sólo puente entre el cielo y la tierra.

                              2
Si el hombre está hecho a semejanza de Dios,
o Dios a semejanza del hombre,
¿qué pasa con Dios cuando el hombre muere?
Vaso vacío, el hombre. Agua derramada, Dios.

                              3
Las flores son los ojos con que las plantas ven el mundo,
¿qué miran de noche?

¿No serán las flores las únicas estrellas
que ven los ojos de los muertos en su perpetua noche?

                              4
Mojado por la llovizna de la muerte
llego a la casa a obscuras.
Piezas vacías en que no hay ni un muerto,
ni un fantasma, ni un ruido,
sólo una luz desesperada hundiéndose,
soltando las paredes como la tabla el náufrago.
Casa del tiempo, criadero de sombras,
nido de aguas negras:
En voz alta me hablo como a un amigo muerto,
me toco en la humedad de tu tierra perdida.

                              5
Cayendo en la conciencia como en un remolino,
cayendo de verdad en un vértigo, en un obscuro hoyo
espeso de salivas y cenizas,
vomitándome el alma sobre el pecho,
cayéndome encima de mí mismo y girando
como una rana aplastada sobre el pavimento.

Levantándome de mi sombra,
de cada sombra de cada día,
para ser este fantasma perfecto,
esta figura familiar que todos conocen.
¡Ay, largo, largo hilo invisible zurciendo las heridas!
Bocota del misterio,
bocota enorme de Dios enorme haciendo payasadas,
diciendo “ésta es la hora”, “vamos, comienza”.

¡Qué pobre diablo de hombre, qué pobre ángel torcido,
qué pobre hombre pequeño y roto soy y alcanzo!
Tendría que caminar de rodillas ocho días para levantarme,
andar con los ojos cerrados detrás de las manos
y no hablar a nadie, sino al muñeco inmóvil
que aparece como una luz en el interior de mi pecho.
Del otro lado de la muerte
-porque la muerte es un río que atravesamos
             frecuentemente-
en esta dura playa en que sabemos que estamos vivos
suena el anochecer sobre la carreta del miedo
arrastrada por dos bueyes perpetuamente quietos.

                              6
Lo que importa no es decir
“me voy a quedar callado”,
sino quedarse callado
sin decir nada.

Ir de un lado a otro
y hacer las cosas
mecánicamente,
automáticamente,
porque no somos más que una pieza.
de una maquinaria enorme que alguien mueve.
Olvidarse de esa “libertad”
que no es sino el aceite con que nos lubrican,
la palmada que nos da la vida para sentirnos importantes.

Todas las hojas de un árbol son del mismo color,
¿quién puede hacer que un pez cante como un pájaro?,
¿o que un gato ladre,
o que un hombre no sea infeliz?

He aquí  que mi pobre alma
se ha refugiado a los pies de la cama
junto a mis zapatos,
y me mira a hurtadillas
mientras yo me siento todopoderoso machucando a mi
              mujer.
(Y la mano amiga de Dios
me tiende una toalla, sonríe y me bendice.)

                              7
Devastado,
cubierto de cenizas y de lavas,
fértil aún por dentro,
por debajo de la corteza de los días,
tierra amorosa y débil
asfixiada en su muchedumbre de semillas,
o tal vez reventado como el vientre de una mujer a
               los nueve meses,
y con el niño muerto, sepultado en su sangre primeriza.
Mi propio hijo soy, y me he crecido
sin el aire del parto, muerto a medias.

Gentes de todas partes que me ignoran,
hermanos de mi alma, padres míos:
yo no hago nada por salvarme,
yo no le doy ni una mordida a la vida,
yo no alzo la mano para decir: “llevadme”.

Herido de muerte, igual que un animal herido en el
               bosque,
me estoy quieto, sangrando,
empapándome de mi calor y de mi vida.
(Recuerdo los ojos tristes de un caballo,
más dulces, mucho más dulces que los de una mujer
                           enamorada,
y recuerdo otras cosas sin importancia
en las que fui dejando, a pedazos, mi alma.)

Es hora de dormir, o de amar,
pero a obscuras.

                              8
Señor del abismo, director de las sombras,
guía de la víbora, padre de las tarántulas,
hacedor del sueño, lumbre de la vigilia,
quemadura del ojo:
desaparece, esfúmate,
hazte a ti mismo nada,
gota de agua ahogada,
burbuja de aire en el pulmón del viento.
No le pongas a mi hijo palidez en la cara,
ni a mí me cargues las espaldas
en tu nombre sagrado y con tu piedra.
Saca de mis venas toda la sangre
y deja en ellas el alcohol que me vuelve tu amigo.
Te quiero con todo mi odio,
te perdono con todo el rencor de mi alma.
Como marido y mujer estamos,
viéndonos, acechándonos, dispuestos
a clavarnos las uñas, furiosos de amor y de deseo.
Ponte faldas, señor-señora,
vela que te consumes velándome,
apágate de una vez como un rayo.
Tu precioso mundo sigue rodando
en la casa de la locura
como una canica de barro
tirada por un niño ciego.
Y yo te bendigo y te acompaño.


JAIME SABINES




regresar