Con los tres reyes magos
en un punto celeste,
a dos mil años-luz
de la noche terrestre.
Habla Melchor: Dilatad vuestro viaje,
peregrinos del mundo, prolongad el camino,
y no toquéis la meta.
Que los pioneros leves que abren la marcha
den paso a los otros subsiguientes empeños
en la inclinada pista del ser estimulante,
y las aguas que, niñas, trazaron el cauce anguloso,
entreguen a otras manos el familiar recorrido.
Pero bien por los aires, bien por las venas ocultas,
disipad, humanos, disipad de la mente
la engañosa pesadilla de llegar algún día
al corazón lejano.
Dejad que, prófugos de la senda inicial,
algunos se labren sus numerosas ruinas:
más vosotros, como signo de fidelidad,
sed los infatigables, los imprescindibles viajeros
del primer tren de niños:
esta es la ciencia y el oro más puro de la vida.
Por los mares famosos
de rimas verdes
por naves desveladas
pasan los reyes,
pisan aires fragantes
y azules sierpes.
Si de día caminan
sobre vaivenes,
en la noche sin fin
los aires hienden:
pues el caso es andar,
andar adrede.
Yo soy Gaspar: trazad con mano hábil
la línea que tiene por historia
un punto desplazado de su origen
letal, y no cerréis nunca el círculo.
Que los número salgan de su cárcel
para no encontrar su amigo innumerable
en el rojo pensil; que la palabra
dulce, que por primera vez se asoma
a su ventana de coral y perlas
para iniciar con vuelo sistemático
su aventura cargada de peligrosos,
cruce los cielos de la mente, lance
los dardos más certeros de su aljaba,
y cuando ya parece que se otorga
en suaves prendas de inflexión cadente,
asombre con su fuga parabólica.
Nunca, por tanto, digáis la palabra definitiva,
ni deis muerte al divino mensaje
al colocarlo en el buzón de su destino:
no terminéis un trámite, tal diligencia;
si suspendáis las causas legítimas
para la prescripción: que los títulos verdes
os aseguren los racimos áureos
de la estación; y no gustéis el fruto
para que vuestros derechos estén siempre vigentes
y más vuestros adeudos: que siempre os deban algo
y vosotros debáis sin medida. Esta es la ciencia
que no se aprende, y el humo perfumado que llevo en mi copa.
En el tedio lunar
los lirios crecen,
crecen las blancas órbitas
de oscuros duendes,
crecen astros pensiles,
crecen sin verse.
Crecen altas maderas
hacia lo tenue
y músicas dichosas
de entristecerse.
Yo, Baltazar, soñé lo que voy soñando siempre.
Por lo mismo, aplazad toda fecha señalada.
Que, una vez celebrado el festín no se diga:
ha terminado; que las pregoneras
ganancias del otoño no presenten el cómputo
al usurero invierno.
Ofreced vuestra dádiva insigne,
pero no entreguéis la ofrenda;
pues queriendo otorgaros de una vez por todas,
poco disteis, y nada os queda
por dar: no queréis darlo todo
sin dejarlo de dar. Esta es la mirra
dolorosa, el principio y la causa
de vuestra propia limitación;
pero mejor es la ofrenda que no se acaba,
y el buscar, un hallazgo permanente.
Yo soy Melchor y viajo
sin detenerme;
Yo soy Gaspar, barilla
de toda suerte;
Yo soy Baltazar, búho
vestido de verde.
De: Poemas dispersos
|