¿A quién, Mercedes, sino a ti, lucero
de este mi dulce atardecer, pudiera
pedir, para mi añosa Primavera
de lágrima y canción, benigno alero?...
¡Si todo es tuyo en mi ensoñar primero
y en mi queja viril, si estás entera
en las tribulaciones de mi espera,
y en mis ansias de nauta y de romero!
Tú, la paz…Tú, la luz… Tú, la fontana…
Tú, la celeste Atlántida y la humana…
Tú, el encantado lago de Paulina…
¡Gracias, mujer!... Desde su nicho escaso
mi madre, todo amor, te cede el paso.
¡Caminemos!... La noche se avecina.
1952
De: Fontana cándida
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