Como el fúnebre aire desciende por las noches
sobre los árboles, irrumpes fiel,
devastadora y ciega;
pueblas así de nubes y de dolientes rosas
la soledad ardida del deseo
y esa callada tierra de mis ojos mirando la quietud,
lívida arena donde el pensamiento yace sosegado.
Aún levantas tempestad y lágrimas
del desierto que habito, de la ira
secreta que me invade las sienes indefensas,
del muro donde inclino la frente la sollozar
por esos labios que eran como espigas
y por tu pelo, bálsamo y naufragio.
Porque si acaso te recuerdo, llueven
laureles fenecidos sobre el pecho y se deslizan
a través de humaredas y de heridas,
bañándose en melancolía y en los nardos
que entre mis dientes huelen a exterminio.
Pero nada sin ti, ni el indolente aire,
cruza el espacio sin tu permanencia:
relámpago si hiere la higuera de mi sombra,
original olivo si desciende
hasta la faz morada de mi remordimiento.
Sin ti, la inmóvil visión de aquello que mis manos
llamaron desnudez o castos alaridos
y mi alma confundía con el virgen nacer de la hermosura,
eso que hoy yo nombro mi varonil tristeza,
viene hacia mí y recuerda
la sábana que apenaste cubría, insepulta
y nítida durmiente de olvidos inundada.
Si supieras, perdida compañera de mi aliento:
eres análoga a la movible imagen de un sollozo
surgido de las ruinas y ceniza de mi ternura rota,
y estarás siempre rodeada de lágrimas y sombra.
De: Imágenes desterradas
|