Con ganas de llorar, casi llorando,
traigo a mi juventud, sobre mis brazos,
el paño de mi sangre en que reposa
mi corazón esperanzado.
Débil aquí, convaleciente, extraño,
sordo a mi voz, marcado
con un signo de espanto,
llego a mi juventud como las hojas
que el viento hace girar alrededor del árbol.
Pocas palabras aprendí
para decir el raro
suceso de mi estrago:
sombra y herida,
lujuria, sed y llanto.
Llego a mi juventud y me derramo
de ella como un licor airado,
como la sangre de un hermoso caballo
como el agua en los muslos
de una mujer de muslos apretados.
Mi juventud no me sostiene, ni sé yo
lo que digo y lo que callo.
Estoy en mi ternura
lo mismo que en el sueño están los párpados,
y si camino voy como los ciegos
aprendiéndole todo por sus pasos.
Dejadme aquí. Me alegro. Espero algo.
No necesito más que un alto
sueño, y un incesante fracaso.
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