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CORAZÓN DEL MONTE
He leído y releído Corazón del monte de Efraín Bartolomé, y puedo reafirmar certidumbres que he dicho antes. No todos los días la poesía es grande, y es buena y es noble y nos reconcilia con la vida. Limpia los ojos, como dijera Gabriel Zaid a propósito de Pellicer.
Un libro como Corazón del monte, de Efraín Bartolomé, llega a nosotros como una opción de verdadera poesía sustentada en un afán por registrar las genealogías personales de su autor y, a la vez, constituirse en un canto colectivo. Poesía fincada en la observación de la naturaleza de un paisaje real y moral determinado -Chiapas y su historia o, al menos, la versión que de la historia de Chiapas ha concebido Bartolomé- la contenida en Corazón del monte nos enfrenta a diversas realidades de la escritura.
Efraín Bartolomé escribe esta rosa de fuego y su índice regio se alza para mostrarnos las pulsiones de la vida; ya antes otra epopeya nacida también del fuego y del horror templó su canto dolorido: "Ala del sur". En aquélla y en ésta, cronica la catástrofe; con detalle nos revela el rostro de lo inevitable.
Poema extenso que nos devuelve el temblor del hombre ante la naturaleza incontrolable, Corazón del monte también nos deja una lección invaluable de precisión y economía en el manejo del idioma: con el menor número de palabras se logra la mayor intensidad y tensión expresiva de las imágenes; en una época en la que la retórica se exagera hasta lo vacío e inexpresivo, el lenguaje poético es capaz de resumir el fin y el principio del mundo.
Efraín tiene la virtud de tocar las cosas y de darles el hálito que las vuelve a colocar en su honda y entrañable pureza. A través de sus palabras se transparenta el mundo y las minucias que lo habitan; así como también el tejido que une a una voz con otra hasta formar una realidad donde su voz comulga con las epifanías veladas y manifiestas. En él, en Efraín, se da el sonido como se da el agua en los manantiales.
La colección Los Cincuenta coeditada por la Coordinación de Descentralización del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) y el Instituto Coahuilense de la Cultura (ICC) tiene como objetivo presentar las diferentes propuestas estéticas de autores nacidos desde 1950 hasta 1959. En el género de poesía acaban de aparecer Corazón del monte, de Efraín Bartolomé, Signos de paso, de Rafael Vargas, Maneras de describir a Ana El agua, la luna, la montaña y los puentes , de Dante Medina, Islario, de Ricardo Castillo, y Epigramísticos de Minerva Margarita Villarreal. Proponemos un orden de lectura que empieza en lo sublime y termina en lo prosaico. "El corazón caliente de la tierra quería mirar el mundo". Tuvieron que pasar diez años de la erupción de El Chichón, para que el poeta chiapaneco Efraín Bartolomé (Ocosingo, 1950) pudiera transformar esa experiencia en el espléndido poema Corazón del monte, que da título al libro con el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 1993: "La arena, la ceniza, el polvo, el odio, el fuego, el llanto, el grito poco a poco ahogado. Intentamos subir por el camino, pero la arena ardía. Poco a poco se fueron quedando los ancianos, los niños, las mujeres, los hombres. Poco a poco nos fuimos resbalando, deslizándonos en la garganta arenosa de la Tierra. Poco a pocos nos fuimos cociendo..." Rafael Vargas dedica su libro Signos de paso a la memoria de sus padres: "Miro en mis manos las manos de mis padres/ sus paseos por parques desaparecidos/ los soles de sus deseos en la ciudad/ la proximidad de sus bocas abrazados en el sueño/..." Aquí empieza la rodada cuesta abajo: en Maneras de describir a Ana (Apuntes para describir a un personaje), Dante Medina (Jilotlán de los Dolores, Jalisco, 1954) el primer fragmento del poema 25 dice así: "A Ana no le gustan los tacos/ de la Calzada Independencia/ Ni los de Santa Tere/ Ni los del Santuario/ Ni los de San Pedro Tlaquepaque/ Ni los de ningún lado/ A Ana no le gustan los tacos..." En el libro Islario de Ricardo Castillo (Guadalajara, Jalisco, 1954) se incluye el poema "Testiculario" que dice así: "Hoy podría decir que me duele el corazón de tristeza pero sería falso/ y prefiero no involucrar al corazón en falsedades. / La verdad es que sí estoy triste./ Marchito como un nomeolvides/ guardado entre las páginas de un libro de edición del 54./ La verdad es que tengo un dolor de aguja en cada pupila/ que la tristeza no me duele en el corazón/ sino en los testículos./ No me apena confesar que es allí donde radica mi alma..." Y, bueno, los Epigramísticos reunidos en el libro de Minerva Margarita Villarreal (Montemorelos NL, 1957) fueron escritos gracias al apoyo del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León (1993-1994); en el poema Voraz de dos líneas, la poeta asienta: "Era tanta su envidia del pene/ que en vez de mamarlos se los comía". Y luego se quejan porque los libros de ¿poesía? no se venden. Sin duda, Efraín Bartolomé es harina de otro costal, ese sí merece el nombre de Poeta. Lástima que una colección generacional lo haga convivir con autores que, preferimos, el lector juzgue: por sus obras los conoceréis. Nota. Algunos comentarios sobre el libro: |