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Efraín Bartolomé

 
 

AGUA LUSTRAL Poesía 1982-1987



En el fondo, la admiración hacia Bartolomé es fruto de una envidia. Quienes lo admiramos y no podemos asumir su congruencia poética, preferimos leerlo y releerlo antes que tratar de imitarlo. El ha decidido vivir como un poeta, al servicio de la poesía, y en ello ocupa su existencia. Decirlo es fácil; lo realmente difícil es ponerlo en práctica.
En los cuatro libros que agrupa Agua lustral está la voz personal de alguien que sabe que habla siempre en primera persona porque sabe que la poesía, antes que otra cosa, es comunión del que escribe con lo que siente. No escribe ni para el crítico ni para los profesores ni para la edición de cien mil ejemplares; escribe para sí mismo y esa autenticidad consigue que haya lectores para el diálogo consigo mismo. "Quien habla sólo espera hablar a Dios un día", escribió Antonio Machado, uno de los poetas reverenciados por Bartolomé.
Hay en Agua lustral la conjunción de todas las percepciones y todos los sentidos, y no se invita para nada ni a la filosofía ni a la ideología. Quien lea Agua lustral sentirá, se emocionará, pero no repetirá tautologías, ni jueguitos estériles de palabras, ni chistes, ni cosas parecidas.
"He aquí que soy poeta/ y mi oficio es arder, escribe en alguna parte de este libro. Debemos creerle. Quien lo leyó, lo sabe.

(Juan Domingo Argüelles, El Universal, Cultural, 11 de octubre de 1994)



La poesía está hecha con la vida. Ciertamente Agua lustral es un libro autobiográfico que contiene en cada ademán, en cada instante, en cada gesto o palabra, un verdadero acontecimiento poético.

(Eduardo Langagne, Lectura, El Nacional, 22 de octubre de 1994)



En cuanto a Agua lustral. Poesía, 1982-1987 de Efraín Bartolomé, estamos ante la recopilación de una obra que suele gustar en capillas literarias muy diversas. Efraín Bartolomé es un poeta de aparición frecuente en nuestras antologías.

(Christopher Domínguez Michael, El Angel, Reforma, 25 de octubre de 1994)



Si hoy, sábado, Efraín Bartolomé abandonara las letras, cosa que no hará --"voy por más", dice--, ya podría dejar una gran heredad: ha reconciliado la forma poética con la emoción, y paralelamente, es ejemplo de rigor y amor irreductibles.

(Patricia Ruvalcaba, El País, 15 de octubre de 1994)



Cuando por estos días, al cabo de distancia en la emoción de mi primer acercamiento, releo los cuatro libros ahora congregados en Agua lustral, nazco a una emoción en ascenso. Debo decirlo: no se trata ya de la rememoración de los espacios amados. Veleidoso como es el corazón del hombre, camino liberado de la nostalgia por los lugares primigenios. Mi emoción actual tiene que ver fundamentalmente con el hecho literario. De un poema a otro voy, y de uno a otro libro, pleno de pasión, de asombro. Me asombra en la poesía de Bartolomé la capacidad creadora del lenguaje. Hace bien en nombrar Agua lustral a su libro. Y es que pareciera que al derramar palabras sobre las cosas las estuviera nombrando, formando, por primera vez.

(Jesús Morales Bermúdez, 30 de noviembre de 1994)



Este es un libro necesario de un poeta necesario. El autor, Efraín Bartolomé, es un poeta que si no existiera habría que inventarlo dentro de la poesía chiapaneca como parte del conjunto mexicano. En la lista de poetas exaltados, Bartolomé afirma la realidad, la emoción, la calidad de la palabra.

(Roberto Fernández Iglesias, Los libros tienen la palabra. Diciembre-enero de 1995)



Agua lustral, Poesía 1982-1987, recoge la primera parte de la obra del poeta Efraín Bartolomé: sus libros Ojo de jaguar, Ciudad bajo el relámpago, Música solar y Cuadernos contra el ángel.
Efraín Bartolomé encontró su propia voz desde que escribió la primer letra de su primer verso. Su estro parece venir de muy lejos. Es un ser nacido para la poesía y a ella se entrega con la renunciación de un verdadero sacerdocio.
El poeta nace y se hace. Efraín nació poeta y trabaja permanentemente para serlo. La poesía chiapaneca se parece a su selva; tiene poetas ceiba, poetas caoba o poetas canshanes. En ella un árbol grande, de infinitas raíces, es Efraín Bartolomé, dueño de un follaje magnífico y de un tronco robusto que ha de resistir impasible el paso y el peso de la los años.

(Enoch Cancino Casahonda, Castálida, Revista del Instituto Mexiquense de Cultura, Año III, Número 10, Otoño de 1997)



Agua lustral (Poesía 1982-1987), recoge la obra inicial del poeta Efraín Bartolomé (Ocosingo, Chiapas, 1950), desde Ojo de jaguar (publicado en 1982 y aumentado en 1991), Ciudad bajo el relámpago (1983), Música solar (1984), hasta Cuadernos contra el ángel (1987).
Agua lustral nos permite apreciar ciertas comunes características que atraviesan por igual los cuatro libros aquí reunidos. También nos permite apreciar las diferencias de tono y las modulaciones que el poeta registra en diferentes etapas de su trabajo.
Para Efraín Bartolomé o la poesía encarna de una vez y para siempre en el mundo, o lo perdemos todo. El poeta nos dice a cada instante que si desaparece el tucán --o la serpiente, o el río, o el cocotero-- desaparece con él la palabra que lo nombra, desaparece una necesidad de decir y con ello, el hombre pierde un poco más de realidad en este mundo. No es una actitud ecológica, es una actitud de sobrevivencia poética, es una actitud interesada y en extremo consciente. Por eso hay que nombrar para invocar, para devolverle el nombre a la cosa, como en el Comienzo, como en todos los comienzos.
De esa imantación entre palabra y cosa habla la poesía de Efraín Bartolomé. Pero cuando habla, muchas veces lo hace a través del recuerdo, de la infancia, de unos ojos abiertos al asombro del instante. El poeta no se omite para que el mundo se exponga en toda su plenitud, el poeta se expande sobre el mundo --nombrando y renombrando cada cosa-- para incluirse en esa algarabía de las formas, en esas partículas --pájaro, árbol, río-- que son el repetido algoritmo de la Unidad --como así lo veía Giordano Bruno desde la tradición esotérica occidental y como lo vieron --y así lo ven aún-- los indígenas, desde sus ancestrales tradiciones precortesianas y antilogocéntricas. Por eso --y habrá que subrayarlo-- no prevalece autárquicamente la voz del yo poético en la poesía de Bartolomé; esa voz existe pero está en el poema como la sal en el agua del océano.
Pero si el mundo se expresa en una algarabía de las formas --como decíamos más arriba-- la poesía debe expresarse análogamente --aunque no miméticamente-- para lograr esa sintonía necesaria entre palabra y mundo. Bartolomé lo sabe y recurre a los atributos y cualidades propios del lenguaje para construir su decir, su dicción y, en suma --palabra en entredicho pero necesaria--, su personal estilo. En ese sentido, el chiapaneco sabe lidiar con las palabras, sabe hacerlas chillar --como quería Paz-- y hacerlas bailar sobre la página.
Más allá de una remarcable actitud formal ante la escritura, Efraín Bartolomé nunca abandona su compromiso con la musculatura del poema y con el flujo vital y rítmico de sus arterias. El símil orgánico que aquí construyo no es ni retórico ni gratuito; se trata de insistir en esa virtud que marca toda la poesía del chiapaneco y que se puede resumir así: la palabra sola, sin venas, sin nervios, sin sangre que la incite a latir, no sobrevive, y el mundo sin palabras --y sin poetas que lo nombren y lo funden-- se torna incognoscible.

(Víctor Sosa: La palabra en el mundo. En La Flecha y el bumerang. Editorial Aldus, México, 1997)



Decirlo con palabras de Efraín Bartolomé, nos acerca al sitio donde crece su poesía. Por ese extravío que es el lector, el cuerpo del poema atrapa los sonidos y los hace parte del absoluto. Negarse a esa trascendencia, nos limita. En el caso del poeta mexicano, la plenitud del mundo se hace verbo, de allí tierra, barro, agua. Un espacio poético.
Crezco al borde del cielo. Lo sé bien. Soy de tierra. Soy de agua. Soy de un húmedo barro pegajoso y oscuro. Lo sé bien. Ardo. Mi biografía avanza entre renglones que sólo la luz mastica. Pongo en aire un grito. Deshojo mis palabras en el abismo...
En ese borde alcanzable por la poesía amanece la voz de este poeta nacido en Ocosingo, Chiapas. Alertado por el primer asombro, convierte la materia verbal en un original desvelo, suerte de atmósfera en la que habitan las voces de la tierra, el gemido lejano de los muertos. Con esa declaración inicial, la que sirve para abrir la antología Agua lustral (Poesía, 1982-1987), editada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Lecturas mexicanas, 1994, Bartolomé nos ayuda a sabernos lectores de un inmenso espacio poético: la selva y sus habitantes, la geografía del silencio, el hombre y sus circunstancias, el amor y los tropiezos que carga en sus hábitos diarios. Un universo donde respiran los sueños y las sombras.
El libro que nos convoca contiene los títulos de una época, de una certeza –decisiva, toda vez que acera lo que vendría después de tantos afanes. Aquí visitamos Ojo de jaguar, Ciudad bajo el relámpago, Música solar y Cuadernos contra el ángel. Cada uno es un inventario de emociones que acaudalan a quien ha escrito con labor acuciosa, desde las catacumbas de una rica cultura.
Como una planta selvática, las palabras invaden las páginas de Ojo de Jaguar. El animal que ve, nos enlaza con sus lianas y garras, porque también es bestia vegetal. Su mirada arde en el poema. El comienzo afirma el génesis y la cosmovisión de un oficio cercano a la naturaleza, porque afirma, construye, imagina, abreva en los sonidos de la intemperie y sus asuntos.

(Alberto Hernández, Mi periodiquito, Diario de Aragua, Venezuela)






Nota. Algunos comentarios sobre el libro:

Agua lustral Poesía 1982-1987. Primera edición: Col. Lecturas mexicanas, Tercera serie, Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1994.



 

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