MÚSICA LUNAR
Inscrito dentro de la vena lunática, este libro de Bartolomé empieza con el canto: el canto primigenio que salva a los suicidas, que sana las lesiones del cuerpo y del alma, y que devuelve al descarriado su extraviado sentido de valor y amor propio.
En Música lunar, Efraín Bartolomé es un nuevo Ulises. Tal vez un nuevo Orfeo, y también un orfebre. Con la materia vasta del sueño, ha dado forma a una manera de ver en la noche: en la noche de todos, en donde se halla la lumbre de la Creación, la Poesía, la Eternidad.
(Sandro Cohen, Sábado, Unomásuno, 7 de diciembre de 1991)
Poeta soberbio, con todo lo que esto pueda significar, Efraín Bartolomé cree en la poesía como en su sacerdocio; por esto cada nuevo libro suyo es mejor que el anterior; no intenta, logra; y decírselo no es para él una sorpresa sino lo que realmente espera luego de trabajar con devoción cada verso. Bartolomé no corteja a la poesía sino que la posee; no ensaya ningún vuelo sin saber su destino, sino que conoce su destino y por eso vuela.
Por eso, en Música lunar magnifica el poema personal y reinvindica en el poeta, a la manera de Darío o de Díaz Mirón, su condición de adelantado, su vocación profética, su conciencia certera de ser portador de la luz.
Música lunar es, verso por verso, el mejor libro de Bartolomé, y uno de los mejores libros de poesía que se han escrito.
(Juan Domingo Argüelles, El Universal, Cultural, 15 de diciembre de 1991).
Música lunar, de Efraín Bartolomé, es el segundo libro de poesía de este autor, publicado en 1991. ¡Bello libro!
(Alicia Zendejas, Excélsior, Sección Cultural, 4 de enero de 1992)
Iniciar la lectura y dejarse atrapar por una vigorosa expresión poética es un biunívoco entusiasmo. Es torrencial Efraín Bartolomé; torrencial como dicta sin órdenes la cultura del agua en Chiapas (su estado natal), la cultura geográfica opulenta de Chiapas. Hay un agudísimo filo poético entre ese caudal imagínico. El poeta de Música lunar, que es el mismo en crecimiento continuo desde Ojo de jaguar (Ediciones Punto de Partida, UNAM, 1982), es fuego abierto a todos los lugares del universo, que no se tensa únicamente para encender la primavera sino que es la primavera inicial de todos los incendios: el de la crin de la yegua, el de las playas del futuro, el que arde en la entraña profunda de un sabino, el fuego de los diarios cósmicos, el crepitante ardor de todas las lunas.
(Raúl Antonio Cota, La Cachora, Enero-febrero de 1992)
Bartolomé se pronuncia claramente, con una musicalidad y un ritmo que danzan ante los ojos del lector. Y es en esta perfección formal donde esconde la esencia de su poema.
Bartolomé regresa a la fuente matriz de los grandes poetas, se arrodilla y espera. En sus obras anteriores se percibe la evolución que da a luz Música lunar. Música lunar es un canto a los navegantes que parten en busca de la verdad.
(Andrés Ramírez, La Jornada, 22 de marzo de 1992)
Dividido en tres partes, cada una integrada con poemas de luminoso aliento, con súbitas revelaciones de la sabiduría ancestral y secreta de la tribu humana, este libro entrega actos poéticos desde los mismos títulos: "Fuego en voz alta para encender la primavera", "El poeta tiende su arco en el origen y prende una flecha de sangre sobre la playa del futuro", "Anotaciones en el diario lunar", "Imágenes dispersas bajo la luna llena". Siento que "Oración en la entraña quemada de un sabino" quedará inscrito en el gran árbol de las letras mexicanas como uno de los mejores textos de la poesía visionaria, alucinada, profética...
(Raúl Cáceres Carenzo. Sábado, Unomásuno, 18 de abril de 1992)
Sin ninguna premura, sorteando los baches de muchos de sus compañeros de generación, que comenzaron muy brillantes y han caído en repeticiones y autocitas y ya no muestran el empuje de los libros iniciales, Efraín Bartolomé se asienta como una voz poderosa, adquiere tonalidades singulares y se puede ver, en este su quinto libro, ya sobrepasados los 40 años de edad, que sí es un poeta.
Música lunar es un libro que se lee en unas cuantas horas (pero que deja al lector incapacitado para leer nada en lo que resta del día). Esa brevedad y esa economía de recursos son una gran ventaja y algo que se agradece. Y como el libro está muy bien escrito, el agradecimiento es doble.
Efraín Bartolomé no se consagra en este libro, hace algo de mayor mérito: consolida su condición de poeta que sobrevivió al empuje juvenil y permitió que saliera a flote el escritor.
(Eduardo Mejía, Lectura, El Nacional, 26 de diciembre de 1992)
Definitivamente se trata de un libro de madurez. Una edición de lujo que lleva el sello del CONACULTA y el de Mortiz juntos. En este libro se resumen otros libros abiertos que nada pueden ante el poder avasallador de la genuina Luminosa. Efraín Bartolomé se ha revelado como un poeta que apuesta no sólo por la dificultad sino por el rigor y la vitalidad No se trata de un poeta que intente la reflexión filosófica o la oscuridad hermética. Es un poeta que prefiere iluminar lo inmediato con el lenguaje. En éste, el último libro de él que conozco, constato que su trabajo polariza tendencias, asume tradiciones para romper con ellas, y alcanza la originalidad de un poeta universal.
(Irving Ramírez, Literal 15, Mayo-junio de 1993)
Música lunar
Hemos seguido cuidadosamente el Canto de Efraín Bartolomé desde la Luna nueva hasta el Menguante: hemos iniciado esta Música lunar inefable, con suaves modos matutinos de la Música Clásica Sufi de Istambul y Anatolia (es decir Frigia y Jonia) y la hemos terminado con estremecedores modos de madrugada en donde gime el Alto Nombre de la Amada. Ha resonado en el Valle de México un canto extático. La luz divina se posa sobre los tejados. Jonia: Ciudad del Amor, desde allí nos envían sus saludos los Amantes. Navegamos en el barco alado de la Inspiración. Llevamos el Recuerdo de la Amada como un escudo de oro sobre el pecho. Invocamos su nombre. Las puertas de la verdadera percepción están abiertas. Ayer aceptábamos el tiempo, hoy alabamos la Eternidad.
Que el poeta perdone lo rústico del plectro con que tañemos el Laúd, que nuestros Maestros perdonen el tembloroso aliento que hacemos bajar por la caña de esta flauta.
Daúd Al Jerraji: Nota en el cuadernillo que acompaña al CD Música lunar (La voz del poeta y el canto extático de los derviches). La Flauta de Pan, México, 1996.
Música lunar y la épica de la creación
Música lunar* de Efraín Bartolomé es un poema germinal. El texto está articulado a partir de dos principios: la creación y la celebración del mundo a través de la palabra y la actividad poética concebida como actividad demiúrgica. El tema del acto creativo en el poema se despliega en un conjunto de cantos concéntricos ligados por el concepto de música: la poesía es el surtidor que desentraña los misterios del mundo, y el poeta es el sujeto que rinde las fuerzas de la naturaleza a voluntad. Efraín Bartolomé recrea el arquetipo de Orfeo para construir un poema sobre el poema o, más aún, sobre la poesía. El poema que se convierte en canto —en el caracol que ritma y concentra la música del mundo, como señala Paz en El arco y la lira— podría apoyar la noción de una metadiscursividad: el poema se crea a sí mismo en el sentido de que establece los cimientos de la poiesis. El texto de Bartolomé es, entonces, un canto que establece la cuenta de los ciclos lunares, y que relata las peripecias del viaje implicado en el acto creativo. Esta dimensión “narrativa”, sin embargo, se escapa de la dimensión diacrónica a la que alude el verbo contar: el relato de la creación en el poema de Bartolomé sucede fuera del tiempo. El poema ocurre in illo tempore, en el origen. La pretendida ahistoricidad del acto creativo sitúa, asimismo, al poeta fuera del tiempo, en un rito genésico fincado, paradójicamente, en la temporalidad. La prosa del mundo se encuentra en lucha con la poesía, batalla que se efectúa en sitios varios, desde un ámbito obrero y, por ende, urbano, hasta un bosque cuyo follaje aparece penetrado por la luz de la luna y por la música. La Desnuda, es decir, la poesía, atraviesa campos y ciudades, transita de lo sublime a lo prosaico. Este recorrido se desarrolla en dos sentidos, uno creativo y otro cósmico, los cuales estructuran una vista panorámica de los distintos momentos históricos por los que ha atravesado el acto poético y la figura del poeta. Es en este punto en el que la ausencia de tiempo se incrusta en la prosa del mundo contemplada por la voz lírica, pues al cantar, el poeta cuenta, relata y celebra la épica del acto creativo, es decir, la génesis de la poesía que es también la de la vida. El círculo se ha cerrado concéntricamente, como una espiral:
Con la mano derecha
hagan más grande la concha de su oído:
mi canto llega más allá de la estrella polar:
porque de más allá viene mi canto. (226)
Juan-Eduardo Cirlot, en su Diccionario de símbolos, advierte que el “canto, como realización de la armonía de los elementos sucesivos y melódicos, es una imagen de la conexión natural de todas las cosas, a la vez que comunicación, delación y exaltación de esa relación interna de todo” (331). El canto religa, une, establece analogías y secretas conexiones entre las partes del mundo que se revela como una pluralidad apresada por la unidad; todo significa y todo, simultáneamente, apunta al mismo significado. No es otra la idea que rige a la palabra religión: intrínseca comunión con el mundo, abierta escala ascendente que conduce a la unidad, es decir, a lo mismo.
El poema se vale del ritmo para cohesionar las piezas del poema. Música lunar: la música de los objetos del mundo. La realidad toda es una manifestación de La Diosa. Esta visión panteísta está en correspondencia con la idea de la poesía como espejo del cosmos. La música de las esferas celestes penetra el poema, babélica metáfora del mundo, y el poeta se convierte en médium, en canal de las fuerzas cósmicas**.
El sistema de analogías que compone Música lunar se encuentra orientado hacia la concepción de una realidad esbozada como una red de causalidades y armonías que tejen el sino del poeta. Si el mundo está unido por una serie de correspondencias y simetrías, entonces todos los destinos y oficios tienen el mismo fin. El oficio del poeta –en su sentido histórico, es decir, temporal— no es la excepción: arder, oficiar y consumirse abrazado al verbo; en tanto el oficio de la palabra –en el sentido religioso del término— está unido a la idea de tejer, y/o crear las resonancias y las analogías del mundo. Asimismo, la idea de tejer se relaciona con la idea de destino: las moiras tejen los hilos de plata que atan a todas las cosas; el proceso evolutivo del crear a través del tejido resalta la disolución del tiempo que confluye en la muerte, en el silencio infinito. El paso del tiempo invoca lo que de oscuro, terrible e irracional tiene la noche; el destino es ese crear de la caída del ser en los abismos del nombre: la muerte. Como advierte Mircea Eliade en su Tratado de historia de las religiones, “tejer no significa únicamente predestinar […] y reunir realidades diferentes […] sino también crear, hacer salir de su propia sustancia, exactamente como lo hace la araña que construye su tela de sí misma” (174). La voz poética de Música lunar va tejiendo su canto con el material de su entorno. El continuo desplegarse de la voz del poeta es, simultáneamente, la conciencia de que el ser está compuesto, sobre todo, de tiempo en expansión, destino puro que se hunde en la mar de las causalidades, átomo que desciende por entre las ramas del bosque: lo uno en la inmensidad del todo. (Ignacio Ruiz-Pérez. Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, Año V, No. 15, Vol. 8., Enero-Abril de 2000, University of Texas at El Paso).
*Cito por la edición de la poesía completa del autor: Oficio: Arder (1982-1987). México: UNAM, 1999.
**Para Efraín Bartolomé, Cuadernos contra el ángel representa el envés de la totalidad: el dolor metafísico y el cuestionamiento del acto poético como actividad demiúrgica; a esta concepción se opone Música solar, libro que significa el acceso y el deslumbramiento amoroso a través de la mirada: el erotismo.
Nota. Algunos comentarios sobre el libro:
Música lunar. Primera edición: Primera edición: Editorial Joaquín Mortiz, Serie del Volador, México, 1991.
|