OJO DE JAGUAR
Puedo definir Ojo de jaguar con sólo cuatro palabras: es un poemario excelente. En él se hallan poemas tan bien logrados, tan profundos, tan frescos, que son dignos de la mejor antología de la poesía mexicana.
(Juan Domingo Argüelles, El Día, 17 de noviembre de 1982)
Poeta inteligente y sensitivo, Efraín Bartolomé lo que ve, oye y toca, lo interroga, lo matiza y lo convierte en versos de una tersura y una cadencia que se vive. Sentimos la lluvia que cae interminablemente, el aire húmedo que traspasa la piel y los pulmones, la humedad verde que encoge y ensombrece; nos hace oír como "un sonido de grillos ecos pájaros/ rasga la piel del aire", vemos con él la furia quieta del río, aspiramos el olor del café que derrama la noche.
Ojo de jaguar: el poeta quiere tener (llega a tener) la vista aguda y penetrante que fija la imagen con precisión extraordinaria. Pero también, a veces, no sólo ve, sino que parece que el jaguar caminara en sus versos con sigilosos pasos.
(Marco Antonio Campos, Proceso 342, 3 de mayo de 1983)
La poesía de Bartolomé es esencialmente afirmativa. Hay descripción, hay gozo, hay canto desde el interior, sin ninguna impostación, sin ninguna lejanía retórica. Sería difícil intentar mejorar el ritmo encantatorio con que se inicia el primero de sus poemas. Una de las características de la poesía de Bartolomé es que remite siempre a la experiencia directa. El detalle es preciso y la música nunca desvaría ni se vuelve cansada; al contrario, transmite con eficacia sensaciones de color y de ritmo. Por eso se permite, sin ningún problema, imágenes inocentes. "Desciende el alma/ culebrita/ a la canción del valle". Imágenes de gozo: "Qué hermosos espejo el sol para el valle extendido".
Desafiantes: "Te doy la bienvenida/ Noche de sapos y de grillos". De alegría multitudinaria: "Mil monos en manada sería mi pecho alegre". Lo mismo que alguna imagen de resonancia ritual: "Se alegra y se retira la noche nauyaca". Por eso dice, como si hablara de sí mismo: "Un ojo de jaguar daría de pronto certero con la imagen".
(Evodio Escalante, Proceso 309, 4 de octubre de 1982)
A Efraín Bartolomé la selva se le metió por los ojos, le llegó al centro del mirar espiritual y se le filtró a la poesía El resultado es magnífico: un escribir que tiene como virtud la eufonía, surgida de una adecuada combinación de sonoridades en el verso, que se apoya en un buen sentido del ritmo y en un manejo de imágenes novedosas.
(Federico Patán, Sábado de Unomásuno, 13 de noviembre de 1982)
Transitar por su poesía es penetrar a un mundo de sueños, erotismo, selvas, ciudades de trópico, ríos, mares, depresiones, angustias, desgarramientos y ternuras.
(Rafael Luviano, Excélsior, 17 de marzo de 1982)
A pesar de crear imágenes y sensaciones sobre la selva lacandona de Chiapas, Efraín Bartolomé logra elevar al plano universal este contenido que de otra manera podría quedarse en un canto regional. Ojo de jaguar establece con precisión las repercusiones de su significado universal concretadas a través de lo particular.
(Oscar Wong, Excélsior, 29 de noviembre de 1982)
Desde el primer poema Ojo de jaguar atrapa al lector con la evocación intensa de la exuberante geografía chiapaneca. Todas sus figuras remiten a la naturaleza. La lluvia implacable, que cae durante días enteros para volver impúdica la vegetación, sumerge al poeta en una atmósfera de aislamiento que lo impulsa a crear una poesía melancólica. Los estadios del día: mañana, tarde y noche, son percibidos con toda intensidad por el poeta, quien aprovecha la largueza de los ciclos provincianos: desde que la lejanía "compra" los ranchos y los pinos distantes, cuando es hora de beber el horizonte, hasta que el tecolote canta su canción a la Luna; desde que "es un espejo el sol para el valle extendido" hasta que el diablo "se roba las mujeres, se come los niños, se lleva los borrachos hasta el espinero", la pluma de Efraín Bartolomé está alerta para sorprender a la luz y a la profunda noche de la selva en sus secretos y en sus murmullos poéticos.
(Vicente Francisco Torres, Revista Mexicana de Cultura de El Nacional, 6 de noviembre de 1983)
Ojo de jaguar nos hunde en esa luminosidad selvática, nos habita de animales y aves prodigiosos, escuchamos el estruendo en cada palabra, rompe nuestras venas cuando se rompen las manos de jornaleros en los cafetales. Nadie pone en duda que Efraín Bartolomé es uno de los mejores poetas que --más allá de los premios recibidos-- está dando vida a la poesía en nuestro país.
(Ramón del Llano, Psicología y Sociedad, 1987)
Efraín Bartolomé pone su ojo de jaguar sobre el pliego del gran trovador y toma la palabra de sus ancestros para declararse poeta de su Chiapas natal. Pretexto, indudablemente, para aclararse las dudas del ser íntimo. ¿Y ese tono magistral de profeta, de libro antiguo? Es una adopción del hijo a la voz del padre dando la relación de las cosas con la sabiduría del que sabe hacerlas por herencia como los viejos oficios.
(Raúl Renán, nota de Carlos Martínez Rentería, El Universal, 3 de diciembre de 1990)
Mostrada ya desde la inicial edición de Ojo de jaguar, así como en los libros posteriores Música solar (Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1984) y Cuadernos contra el ángel, la exuberancia verbal de esta poesía, construida mediante imágenes de una claridad y una intensidad casi vegetales, tiende ahora a acentuar el carácter sonoro de sus vocablos.
Poesía de imágenes, decía yo, de imágenes vegetales cuya savia desciende hacia su raíz, para no olvidar la greda en que germinan. Música verbal tatuada sobre el agua, sobre el pentagrama de un ritmo denso y materia oscura, pero que crea también y emite un resplandor solar, violento a veces.
(David Medina Portillo, Sábado de Unomásuno, 19 de enero de 1991)
A ocho años de haber aparecido en su primera versión, Ojo de jaguar es también el testimonio de una alta fidelidad a la poesía, a esa otra voz que Efraín Bartolomé ha escuchado cantar en su garganta. Escuchar y cantar son aquí, más que acciones, dos estados del espíritu, dos veneros que se resuelven en un solo instante simultáneo.
Firmemente enraizada en un de las más hondas tradiciones de nuestra poesía hispanoamericana --pienso en Rubén Darío y Pablo Neruda, pienso en Carlos Pellicer-- la poesía de Efraín Bartolomé quiere --y lo consigue-- convertirse en vibración, quiere cantar con un mundo que no acaba de nacer, quiere ser el pulso de un estremecimiento. De aquí que su voz, una de las más particulares de nuestra generación, circule acompasada con el agua torrencial del Grijalva para descubrir en ella nuestra elementaridad: somos lluvia, savia, leche, sangre, somos el asombro de un instante que la poesía dilata y perpetúa, ¿por cuánto tiempo? Efraín Bartolomé nos responde sin respondernos con unas líneas de su Música solar (1984): "Aquí nada transcurre/ sino la eternidad".
Con la poesía de Efraín Bartolomé se respira bajo el aire benéfico de un árbol fraterno, un sabino --por ejemplo-- de la selva nutricia a la que ama. Toda una geografía --un paisaje del alma-- vueltos destello en este Ojo de jaguar.
(Jorge Esquinca, La Jornada Semanal, 3 de febrero de 1991)
La poesía de Bartolomé es una fascinación verbal y emotiva de principio a fin. El poeta nos redescubre estremecidamente la visión genésica del mundo. Logra que veamos a través del ojo mágico e inocente del jaguar mismo.
Leyendo a Efraín Bartolomé escuchamos en verdad la lluvia, lo que no es nada fácil para el duro oído urbano. Y con la lluvia escuchada otra vez con la religiosidad sagrada de la infancia, nos sumergimos en el espíritu de los ríos por la corriente del Chamenhá, a la vez que participamos en el corte del café bajo "la exacta hora encendida de rojo" para embriagarnos con los tatuajes del agua una y otra vez; porque el agua, el fuego, el aire y la tierra en su virginidad misma, son los elementos protagónicos que iluminan y nos iluminan desde este Ojo de jaguar de Efraín Bartolomé, un poeta que nos devuelve, intacto, el temblor niño de la creación.
(JC, El Universal, 3 de febrero de 1991)
Bartolomé ha realizado un milagro: escribir un libro autobiográfico dudando de sí mismo. La infancia habló, pero dudaba de lo que decía. Cuando la infancia suele ser el rincón íntimo del poeta, allí donde nadie se atreve a poner un entredicho ni a corregir una coma, el lugar de toda la verdad entre comillas y de toda la mentira desnuda, Bartolomé duda. Y aquí no hay engaño sino una inteligencia muy fina: en este escenario primero dominado por la vegetación y por el follaje, donde todo es proliferación, barroco, lleno imaginario, un poeta menor habría caído de rodillas delante de sí mismo para levantar un altar a la altura de su memoria (seguramente falsa). O simplemente, cubierto de lágrimas, bendecido al demiurgo por haberlo dejado caer allí en el claro de esa selva salvaje. Pero Efraín Bartolomé dudó de tanta hoja, de tanto esplendor, de tanta imagen feliz, de su escritura y de sí mismo y abrió un espacio al vacío. Contra viento y marea negra el año abrió inmejorablemente para la nueva lírica mexicana. Muchas gracias.
(Eduardo Milán, Vuelta 172, marzo de 1991)
Ojo de jaguar, el libro más reciente de Efraín Bartolomé, concentra las mejores virtudes del poeta: facilidad para la imagen, capacidad para encontrar el tono del poema, atención a los diferentes registros del habla y enconada disposición para que el verso fluya fácilmente.
En Ojo de jaguar la mesura y la distancia ante el material poetizable consiguen que los poemas no solamente deslumbren, sino que también conmuevan.
En estos poemas la carga poética recae de manera natural en el sustantivo Por eso llama la atención la mesura en el empleo de los adjetivos. Estos sirven para enriquecer la realidad propuesta por aquellos, pero también las construcciones adjetivas --aposiciones por ejemplo-- hacen que el ritmo del poema se mantenga sin caídas. Y éste es otro de los méritos de Ojo de jaguar, la ardua construcción de los versos, en los que las vocales átonas y tónicas están dispuestas en busca de una musicalidad siempre conseguida.
(José Francisco Conde Ortega, Sábado, Unomásuno, 6 de abril de 1991)
Cuando se piensa que para poder trascender y ser universal es necesario desviarse de las pequeñas huellas de la tierra y ser cosmopolita, Efraín Bartolomé trae los rumores de nuestra propia raíz. Su poesía se ha consolidado como un trabajo universal por ser profundamente local. Desde que la gente del sur escuchamos los primeros poemas de Efraín Bartolomé, supimos que teníamos la fortuna enorme de que nos había nacido un gran poeta.
(Eraclio Zepeda, nota de Patricia Velázquez Yebra, El Universal, 27 de mayo de 1991)
Desde la primera publicación de este ojo para mirar el alma que este prodigioso Ojo de jaguar abre, el poemario fue saludado con exultación por personajes tan disímbolos como Marco Antonio Campos, Juan Domingo Argüelles, Evodio Escalante, Oscar Wong, David Medina Portillo, Jorge Esquinca y Eduardo Milán. Algo ha de tener un libro que, al ser considerado como uno de los mejores momentos de la poesía mexicana, ha logrado imponerse por encima de las diferencias que provocan las distintas capillas literarias. Celebremos hoy su segundo nacimiento.
(Patricia Vega, La Jornada, 26 de mayo de 1991)
Efraín Bartolomé nos sorprende con un libro en el que el poeta casi se oculta para dejar que la naturaleza sea la única protagonista. Celebración de la lluvia, de la selva, de la hermandad oscura de los animales. En Ojo de jaguar leemos con admiración los poemas del hombre que verdaderamente pertenece a la tierra que habita. En la selva las sombras no las inventa el alma: están, habitando el mundo en cada una de sus formas, en esa vida animal y mineral que nos somete y asombra.
(Adriana Díaz Enciso, El Semanario Cultural, Novedades, 22 de septiembre de 1991)
Cuando en agosto de 1982 apareció Ojo de jaguar, los lectores supieron que en ese breve poemario inaugural de Efraín Bartolomé había una voz joven pero firme: no eran los balbuceos, las inseguridades de un joven que no supiera aún lo que quería, sino la palabra fundamental de un poeta que venía a probar que la madurez no era asunto exclusivo de viejos.
Efraín Bartolomé nació seguro como poeta y ese libro de hace ocho años, que era de hecho su primer libro, contiene no sólo los temas, los motivos, las preocupaciones que Bartolomé desarrollaría luego, sino que posee la esencial soberbia de un joven que ya sabía lo que quería y sabía también cómo decirlo. Bien. Bartolomé y la Universidad Nacional Autónoma de México han rescatado Ojo de jaguar en una nueva edición aumentada. Así el libro cobra existencia propia y nos da la nueva oportunidad de leer y releer esos poemas profundos y magníficos que constituyen uno de los momentos más significativos de la poesía mexicana de los últimos diez años.
El orden del libro se ha conservado, pero la reescritura rigurosa y la autocrítica hasta las últimas consecuencias, que son ejercicios habituales en Efraín Bartolomé, han logrado un libro en donde no hay desperdicio. La hojarasca está ausente. Las 80 páginas ceñidas de Ojo de jaguar nos ofrecen un mundo deslumbrante no sólo por el tema mismo sino también, y sobre todo, por el tratamiento magistral de la palabra.
Uno de los mayores aportes que ha hecho Efraín Bartolomé a la poesía de la generación del 50 es el rigor formal, el trabajo obsesivo de cada verso hasta conseguir que brille con luz propia. Un verso desprendido de cualquier poema suyo sigue siendo un cuerpo luminoso.
Sin temor a la exageración, hay que decir que Ojo de jaguar es uno de los mejores momentos de la poesía mexicana.
(Juan Domingo Argüelles, El Universal, 24 de diciembre de 1990)
Desde su primer libro, Ojo de jaguar, estrenado en 1982, Efraín Bartolomé vino a proponer a la poesía mexicana una voz nítida, fresca, varonil, vigorosamente diferenciada de la poesía que por esos años publicaban los poetas de su edad. En ese libro editado cuando el poeta tenía 31 años, se reunía y renovaba una tradición poética mexicana selvática y exuberante. Torrencial en su selva, en las huellas de sus lluvias, la poesía de Efraín Bartolomé nos sorprendía por su novedad.
(Eduardo Langagne, Lectura 290, El Nacional, 22 de octubre de 1994)
Efraín Bartolomé encontró su propia voz desde que escribió la primera letra de su primer verso. Su estro parece venir de muy lejos. Es un ser nacido para la poesía y a ella se entrega con la renunciación de un verdadero sacerdocio.
El poeta de Ocosingo viene de un mundo vegetal inmenso, la selva chiapaneca, de la que ha sabido extraer los colores en sus matices más nítidos y más imprecisos; sus ruidos huraños que van del rugido del jaguar o del mono aullador, hasta el círculo silente de la culebra o de la hormiga. El caos vegetal organizado en la sombra. El agua fluyendo en el Usumacinta o en la pequeñez de una hoja o de un pétalo. La vibración eterna de la niebla que lo envuelve con su manto y lo arrulla. "El verde silencio" que él hace hablar.
La poesía chiapaneca se parece a su selva: tiene poetas ceiba, poetas caoba o poetas canshanes. En ella, un árbol grande, de infinitas raíces, es Efraín Bartolomé, dueño de un follaje magnífico y de un tronco robusto que ha de resistir impasible el paso y el peso de los años.
(Enoch Cancino Casahonda, Cuarto Poder, 29 de noviembre de 1994)
De niño, en la antañona casa, escuchaba a mi padre declamar. Una actitud de reverencia hacia la poesía le signaba. De amor. Amor profundo por la poesía fue el primero de sus legados, cuando apenas escapaba de la niñez. Un regusto por la sonoridad se me instaló en el alma; cobró quietud cuando aprendió el milagro en las palabras siempre que encuentran su cabal lugar, su significado como fulgor. Me asediaba, entonces, la ansiedad por perseguirla. Iba de poema en poema como algunos desdichados de mujer en mujer, sin descubrir en ninguna la resurrección de la carne, el destello vivo de la emoción. Marchaba entonces, por mi ciudad con la pena de los condenados, por un sacrilegio secreto, es verdad, pero por una fisura en alma: tangenciar por un instante la Belleza. Fue una tarde fría de Jovel --yo frisaba los 16, los 17 años-- cuando escalé el precipicio de las Prosas profanas de Rubén Darío en una edición de la Colección Austral. Puedo todavía recomponer la atmósfera en la que me vi inmerso durante larga temporada. Digo mal: una cierta imagen de Belleza se incrustó en mi ánimo, parte ya de mi naturaleza. Una imagen cuyas aristas se pulimentaban paso a paso con los mármoles de Darío, con los cisnes, con un mundo clásico, inexistente ya, desde el cual se recomponía la fragmentación de mi alma. Íntegro me hallé en aquellas Prosas profanas. Me vi recubierto por sus aguas lustrales y nací a la gracia de aquella vida que sólo provoca la poesía.
Evoco lo anterior no para hablar de mí cuanto por compartir una personal experiencia literaria. Al final, el cara a cara con la literatura tiene que ver con una experiencia personal, intensa, vivificante, a partir del lenguaje, no sólo con la facultad de lo racional. Evoco lo anterior porque deseo dar cuenta de emoción similar, años después, bajo otra circunstancia. Abandono en el mundo como somos, había abandonado mi vida en la montaña. Penaba desde la gran ciudad la nostalgia de aquellos lugares primigenios. De un libro a otro vagaba, de los autores de nuestra frágil república de poetas sin encontrar forma ni sustancia. Cierta tarde, de nuevo, me vi frente a un libro ante cuya lectura se me fueron los ojos, se me escapó el aliento. Ojo de jaguar. De inmediato lo supe: ésta es la selva, éste es el sitio de mi evocación. Pero ¿cómo puede un poeta, pero cómo puede un poema retraer en cabalidad el alma de las cosas? Todo cuanto amamos de la selva, de nosotros en cuanto hijos de la selva, allí se encuentra, armonioso y violento, en Ojo de jaguar. Todo aquel mundo inexistente ahora, como aquel mundo clásico de Darío, vive y se renueva en Ojo de jaguar. Ojo de jaguar se volvió para mí un libro de cabecera.
(Jesús Morales Bermúdez, Periódico de Poesía 13, Primavera de 1996)
En 1982 Efraín Bartolomé publicó Ojo de jaguar bajo la imprenta de Punto de Partida y en 1990 apareció otra edición de la Universidad Nacional Autónoma de México en su colección “El Ala del tigre”. Ocho años separan ambas ediciones y todavía un mundo inexplorado espera al lector y al crítico, quien no sólo se siente con la obligación de estudiar este texto sino también de analizar seriamente la obra del poeta chiapaneco.
Hay algo que sitúa a Efraín Bartolomé en la raíz poética hispanoamericana, pero al mismo tiempo lo mueve hacia coordenadas diferentes.
La poética de Efraín Bartolomé se encuentra íntimamente ligada a una concepción icónica que me parece vital, ya que devela no sólo un medio ambiente sino también toda una etnografía; su palabra llega a convertirse en eco de un pueblo y en recuperación de su esencia, de aquí que se le considere en este análisis como un poeta renovador.
Con el poeta chiapaneco el lector recupera la naturaleza y recupera el pasado de un pueblo, pero también –y aquí radica el gran acierto- entra a formar parte del proceso creativo y conoce la “cosa” y “lo oculto tras la cosa”, ve y mira, lee y traduce. Es por eso que consideramos que Efraín Bartolomé arraiga en la tradición doblemente y la rompe al crear una poética etnográfica y subvertirla para entrar de lleno en el panorama literario mexicano.
(Esther R. Avendaño/Chen. University of Colorado at Boulder, Revista Hispánica de Cultura y Literatura. Niwot, CO, Fall 10:1, págs. 26-32)
OJO DE JAGUAR
Cuando en el 1982 Efraín Bartolomé publicó modestamente Ojo de jaguar, sólo unos cuantos admiraron a un poeta fuera de serie. Ahora, años después, aumentado, nos lo entrega de nuevo. Es el libro de su estado natal, Chiapas, un lugar donde se siente a la tierra y al hombre en carne viva. Hay paisajes recobrados, historias de familia, historias de los otros, historias de sí mismo. Por la poesía de Efraín Bartolomé los nombres propios de personas, sitios y cosas son ya parte de nuestra imaginación y música.
Es tal la capacidad de Efraín Bartolomé para crear imágenes y sensaciones que desde los primeros instantes nos adentramos en sus versos, o aun, los versos nos habitan.
Es una geografía intensa de amarillos, de verdes oscuros, de un azul cielo húmedo, y en el fondo -o arriba- el sol. Un gozo continuo llamea en nosotros y la poesía habla con el corazón y la piel ardientes.
Sólo la poesía, la naturaleza y a veces el amor -parece decirnos EB- pueden salvar al hombre en este mundo despiadado.
En la poesía de Bartolomé, cosa paradójica, hay una entonación elegíaca. El pasado se canta pero el presente parece también pasado y es ya nostalgia de lo que será años después. El recuerdo es la experiencia que se vivió y se vive, y nos deslumbra y entristece.
Es admirable la precisión de los juegos de luz y sombra en las imágenes del libro. Veamos lo que ve el prodigioso ojo de jaguar. Oigamos una voz, una gran voz. A un gran poeta.
(Marco Antonio Campos, Ojo de jaguar, Col. Libros de Chiapas, México, 1999.)
A Note on
Efraín Bartolomé
A respected poet in Mexico, Bartolomé has yet to be introduced to the world in English. He won the National Prize for Poetry in 1984 and practically every other major prize offered in his country since then. In 1994, The National Council for Culture and the Arts published "Agua Lustral", a volume containing his first four books to have come out over the five-year period 1982-1987.
As a translator with a lifetime of experience in many different genres with a goodly number of the great masters of the language, among them Ramón del Valle Inclán, Alejo Carpentier, Ernesto Sábato, Gabriel García Márquez, and the near great, I have always had the good sense --I thought-- to steer clear of poetry. This to the point that I wrote a brief essay for my students in a translation workshop which I entitled "Never Translate Poetry Unless You Absolutely Have To."
A couple of years ago, a distinguished colleague sent me a small volume of poems as something worth translating. It was by a poet named Efraín Bartolomé who originally came from a Mayan village in Chiapas near the border with Guatemala. Entitled "Ojo de jaguar"* it concerns the rain forest of his region which he deals with in a series of short poems as a living system, touching on its vegetation, animals, the people associated with it and their relation to it, as well as his own. He even has the temerity to write a poem that provides a thrilling description of the effects of a devastating forest fire on the environment's living tissues. He touches, as well, on the rain forest's historical past and forecasts the dismal future awaiting it.
By chance, I recently came upon a statement by Kenneth Rexroth about another book that applies remarkably to this one: "What the book finally adds up to is a long step toward a kind of ecological aesthetics which can give contemporary crisis-ridden men some sense of the meaning of life."
Needless to say, I was hooked with the first poem and had to translate the book which turned into one of the most pleasurable experiences of my career.
(Asa Zatz, in Jaguar Eye, Col. Libros de Chiapas, México, 1999.)
* Published by the National University of Mexico in 1990.
Asa Zatz on Asa Zatz
Though born with a creativity-gene defect it was not serious enough to interfere with his development into a relatively normal translator. Having toiled at the trade (which he used to liken to that of the craft of bricklaying) for long years in México, in practically all its aspects from those as important as "The Children of Sánchez" and the other works of Oscar Lewis or the President's anual State-of-the-Union message to the nadir of dubbing grade-C movies such as "El Santo (a popular masked wrestler of the time, tr.) contra los zombies." For the last dozen years, since returning to Manhattan, his nature land, he has devoted himself exclusively and happily to literature (having now translated, among others, Valle-Inclán, Carpentier, Sábato, García Márquez, Carlos Fuentes, Cardoza y Aragón, Tomás Eloy Martínez, Galeano, Ibargüengoitia, Valenzuela, B. Traven, Arias, José Luis González). His total output currently hovers at 74 novels and other book-length works and possibly an equal number of pounds of assorted texts, if not considerably more. And currently, for the first time, as a creative culmination, he is joyfully at work polishing his translation of a book of poetry about the Lacandón rain forest by the Mexican Efraín Bartolomé. This, in the light of the fact that he wrote a brief essay entitled "Never Translate Poetry Unless You Absolutely Must" for his students in a translation workshop.
Crónicas del Olvido
PRIMERA ESTACIÓN: OJO DE JAGUAR
-Alberto Hernández-
-Foto: Guadalupe Belmontes Stringel-
I
Decirlo con palabras de Efraín Bartolomé, nos acerca al sitio donde crece su poesía. Por ese extravío que es el lector, el cuerpo del poema atrapa los sonidos y los hace parte del absoluto. Negarse a esa rascendencia, nos limita. En el caso del poeta mexicano, la plenitud del mundo se hace verbo, de allí tierra, barro, agua. Un espacio poético.
Crezco al borde del cielo. Lo sé bien. Soy de tierra. Soy de agua. Soy de un húmedo barro pegajoso y oscuro. Lo sé bien. Ardo. Mi
biografía avanza entre renglones que sólo la luz mastica. Pongo en aire un grito. Deshojo mis palabras en el abismo...
En ese borde alcanzable por la poesía amanece la voz de este poeta nacido en Ocosingo, Chiapas. Alertado por el primer asombro, convierte la materia verbal en un original desvelo, suerte de atmósfera en la que habitan las voces de la tierra, el gemido lejano de los muertos. Con esa declaración inicial, la que sirve para abrir la antología Agua lustral
(Poesía, 1982-1987), editada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Lecturas mexicanas, 1994, Bartolomé nos ayuda a sabernos lectores de un inmenso espacio poético: la selva y sus habitantes, la geografía del silencio, el hombre y sus circunstancias, el amor y los tropiezos que carga en sus hábitos diarios. Un universo donde respiran los sueños y las sombras.
El libro que nos convoca contiene los títulos de una época, de una certeza –decisiva, toda vez que acera lo que vendría después de tantos afanes. Aquí visitamos Ojo de jaguar, Ciudad bajo el relámpago, Música solar y Cuadernos contra el ángel. Cada uno es un inventario de emociones que acaudalan a quien ha escrito con labor acuciosa, desde las catacumbas de una rica cultura.
Como una planta selvática, las palabras invaden las páginas de Ojo de Jaguar. El animal que ve, nos enlaza con sus lianas y garras, porque también es bestia vegetal. Su mirada arde en el poema. El comienzo afirma el génesis y la cosmovisión de un oficio cercano a la naturaleza, porque afirma, construye, imagina, abreva en los sonidos de la intemperie y sus asuntos.
II
“Aquí/ la selva/ Larga la soledad con que nos nutre/ Hora de lentos pies donde el puñal se hunde/ Raíz de luna helada sus venenos más fuertes...”
Esta presentación alcanza el aliento de quien se inicia en los misterios de la selva como lector, auspiciante de una nueva experiencia que nutre un imaginario rico en imágenes: “Aquí el árbol anclado en el asombro:/ lagunas congregadas al silbo de serpientes”. La naturaleza tropical es una invasión de sensaciones –procuradas por el brillo y composición del texto. Quien habla desde la escritura enumera las sorpresas: “El saraguato rasca su viejo cuerpo/ El quetzal pierde la hoja más larga de su cola/ La piel come los huesos al jaguar/ Muerden balas y fuego su elegante silencio/ Su hermosura...”. Imagen tras imagen, la selva dialoga con sus habitantes.
En texto aparecido en la Revista Mexicana de Cultura, el 6 de noviembre de 1983, Vicente Francisco Torres, dijo de este libro: “Desde el primer poema,Ojo de jaguar atrapa al lector con la evocación intensa de la exuberante geografía chiapaneca. Todas sus figuras remiten a la naturaleza. La lluvia implacable, que cae durante días enteros para volver impúdica la vegetación, sumerge al poeta en una atmósfera de aislamiento que lo impulsa a crear una poesía melancólica...”, y así, bajo la luz filtrada por la altura de los árboles, quien traduce el paisaje lo aproxima al asombro, lo acerca a lo imposible, que es la poesía, un imposible alcanzable.
III
Más que un estudio cerrado de la poesía de Bartolomé, prefiero el goce, el tránsito por la algarabía del silencio que a veces nos transmite. Si bien Ojo de jaguar es el primer libro del autor mexicano, también es la grieta por donde entraron los sonidos para otras experiencias, encontradas en los libros que más adelante cultivó, luego del reconocimiento de los lectores y críticos de su país. Digamos que el buen pie estuvo en el barro que pisó la palabra inicial, la que abre brechas y posibilita la madurez.
Un día lo afirmó Guillermo Sucre: “Hablar de un poema supone, primero, hacer visible su texto, su trama. Pero si todo poema es espejo de sí mismo, se va volviendo luego espejeante: refleja otros poemas, que, a su vez, reflejan otros”. Esta idea de Sucre revela fijamente el ojo del animal que llevamos en nuestro interior, animal selvático capaz de administrarnos las imágenes para el poema. Así siento a Bartolomé: un poeta que registra la poesía de todos los referentes.
El texto, la trama de Efraín Bartolomé se hace visible en una “cadena de reflejos” que justifica la totalidad, su aventura sobre la piel de los sonidos.
IV
La exuberancia del paisaje, mutado en palabras, auspicia una fiesta metafórica. El mismo poema lo advierte: “La fiesta va a empezar”, y en efecto, sucede. Esta constante en la poesía de Bartolomé convoca una lectura entusiasta. “En la encendida branquia de los peces más puros// En el vientre quemado de la ceiba// La palabra/ enrosca su cuerpo/ en el tallo del alba// El sueño ya se cuece a fuego lento// Hora de terminar:/ un limpio machetazo/ al centro de la orquídea”.
Y así, también la fiesta de quien esto escribe, desordenada al ritmo de los tantos bailes, licores y aguaceros bajo la hoja propicia de la selva.
Las palpitaciones del dominio feraz se hacen discurso en la lluvia. Para el poeta, la selva es la permanencia de la vitalidad, un instante prolongado en la sonoridad del afuera, hecha milagro a través de la palabra: “Se derrumba el silencio contra los tulipanes// Llueve septiembre/ Salta la noche sobre el lomo del cerro Chacashib/ y desgarra los residuos del día// Te doy la bienvenida/ Noche de sapos y de grillos/ Bienvenidos los pájaros que se refugian bajo el alero de la casa/ Las
mariposas negras/ alma de nuestros muertos/ La lluvia que percute en tejados palmeras y charcos/ La noche derrama su esencia de café/ y la memoria se revuelve como el tigrillo en su trampa// En el polen más denso de la noche/ el silencio se enrosca/ como una serpiente”.
Este encadenamiento de eventos poéticos le otorgan a Bartolomé la calidad que con justicia se pregona en su país.
V
Toda la poesía de Efraín Bartolomé contiene afirmaciones y descripciones cuya salud sonora revela la carga emocional del autor. Ojo de jaguar también nos remite al silencio, que si bien está instalado en el oído corporal, es más ocupación interior, despojada de ciertos estorbos retóricos. Mesura y desmesura se dan la mano en esta hermosa precipitación de verbos, adjetivos y pequeños detalles, sumados con todos los sentidos. ¿Cuánta sensorialidad en un puñado de tierra bajo la lluvia y el silencio del mundo?
Esta lectura no ha terminado, es tan selvática como los moradores de la poesía de este mexicano viajero, trashumante, cargado de premios y libros. La primera estación de este memorial de asombros le da sentido a los próximos instantes de intimidad con los otros poemas que habrán de acompañarnos.
(Alberto Hernández, Mi periodiquito, Diario de Aragua, Venezuela, 31 de julio del 2004)
Nota. Algunos comentarios sobre los libros:
Ojo de jaguar. En el volumen Donde los podemos observar. Ediciones Punto de Partida, Difusión Cultural, Universidad Nacional Autónoma de México, 1982.
Ojo de jaguar. Edición aumentada, Col. El ala del tigre, Dirección General de Publicaciones, Universidad Nacional Autónoma de México, 1990.
Ojo de jaguar. En el volumen Agua lustral, Poesía 1982-1987. Lecturas Mexicanas, Tercera Serie. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México, 1992.
Ojo de jaguar. En el volumen Oficio: Arder (Obra poética 1982-1997). Col. Poemas y Ensayos. Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1999.
Ojo de jaguar. Col. Libros de Chiapas, México, 1999.
Jaguar Eye. Translation by Asa Zatz, Col. Libros de Chiapas, México, 1999.
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