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De las estatuas

Mira si puedes mirar en estos ahoras de ceniza
cómo caen piedra abajo
        los ojos sólo polvo
        de una estatua innominada.
Esos ojos con la forma de un astro descubierto
entre los relámpagos que lo obligan a morir.
  Esos ojos
que caen como pozos volanderos debajo de las losas
bermejas de cualquier jardín.
        Esos ojos desparpadeantes
como abejas que vomitan en medio
de los estambres y lenguas de alguna flor
        que deben fecundar.
Dejemos esos ojos:
veamos ya los pellejos del miedo
más nuestro
como manchas quemantes actuando en la vejez de las médulas
en el friaje trabajado del cutis de otras máscaras.
Porque toda cosa cae de una estatua: pensemos
en los golpes neblinosos de un invierno sin fecha
en las aplastadas cagazones de distraídas golondrinas
en los cachorros sin defensa de un escarabajo fusilado
en las letras de un amor con sus nombres pegosteándose
en los orines de antiquísimos elefantes
en la basura construida con turbios objetos y papeles.
Todo cae sin vacilaciones
por las ropas de mármol arrugado o dudoso metal:
espasmos de mugre recién fermentada
pulsiones de súbitas cenizas
costras coagulosas de sol
gargajos que la ira y el odio impulsaron
leches expulsadas en temblores pálidos.
               Toda esa cifra
de más cosas que vemos rodar sobre los cuerpos contraídos
lastimando muslos musgosos
ombligos inmóviles
narices decapitadas
         sobacos burbujeantes:
       todas las cantidades
innombrables de las cosas que vemos caer
por los costados totales de una estatua
    salen hacia
    nuestros rostros
contaminadas de bacterias oscuras
             de febriles filamentos
    de recordaciones y de números deshechos.
Cosan que simplemente descienden
como gotas de arenas corrompidas
       y sin término.


De: Poesía reciente (1995/2003)


SAÚL IBARGOYEN




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